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Un corazón de 30 kilos y 850 watios

Un equipo de SAMU formado por un médico y una enfermera de Málaga y un técnico de Sevilla trasladaron en ambulancia en octubre a un hombre de 60 años que había sufrido un infarto y necesitaba un trasplante de corazón desde el Hospital Regional de Málaga hasta el Hospital Virgen de Rocío de Sevilla con un balón de contrapulsación intraaórtico. Éste es un traslado de mucha complejidad y que pocos servicios pueden realizar, debido a la inestabilidad del paciente, además del tamaño de la máquina y a la cantidad de energía y potencia que ésta necesita para funcionar.

El balón de contrapulsación intraaórtico (BIAC) está formado por un globo que se sitúa en la arteria aorta descendente (desde la salida de la arteria subclavia izquierda a las arterias renales), conectado a una consola que suministra el gas (habitualmente helio) para su inflado y desinflado, y que controla su sincronía con la contracción del corazón. De esta forma, durante la contracción del corazón (sístole cardiaca), el globo se desinfla activamente, facilitando la salida de sangre desde el ventrículo izquierdo a la aorta, y durante la relajación del corazón (diástole) se produce el inflado del globo, con lo que se mejora la perfusión del corazón por un mayor flujo de sangre a nivel de las arterias coronarias, mejorando la función cardiaca.

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La máquina, que pesa unos treinta kilos, está conectada al paciente con una serie de tubos, de ahí que sea tan complicado moverla”, explica Blas Alascio, médico de SAMU que participó en el traslado junto a la enfermera Tatiana Mérida y el técnico de emergencias sanitarias Tomás Couyotopoulus. Además, esta máquina necesita 850 watios para funcionar y las ambulancias no suelen tener un convertidor de tanta potencia. El vehículo con el que se realizó el traslado cuenta con un conversor de 1.000 watios, lo que hace posible esta maniobra. “Tuvimos que hacer malabarismos para que los todos los aparatos funcionaran durante el viaje y la batería de la ambulancia no se viniera abajo”, relata.

“Hace varios años, en 2005, se intentó realizar un traslado de este tipo, pero la ambulancia sólo disponía de una batería de 500 watios. El uso de una gran columna de bombas hizo necesaria la intervención del Ejército, pero éste tampoco pudo trasladar al paciente en helicóptero porque éste se venía abajo, no tenía potencia suficiente”, explica Alascio. “Hasta este año, este tipo de traslado era algo absolutamente excepcional. En los últimos 14 años, se habrán hecho tres o cuatro, no más. SAMU es uno de los pocos servicios que tiene recursos para hacerlo, y esta temporada ya hemos realizado unos cinco”.

La operación tenía además otra peculiaridad que complicaba más aún el traslado. El paciente sufría constantemente arritmias y había que desfibrilar con mucha frecuencia. “Cuando llegamos al hospital, junto a la camilla del paciente en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) había una enfermera sentada en una silla. Había desfibrilado al paciente más de 50 veces durante la noche. Había perdido hasta la cuenta. Su única función era chispar al paciente”, cuenta Blas Alascio. “Durante el traslado, usamos el desfibrilador hasta 54 veces. Incluso el técnico tuvo que chispar porque no dábamos abasto, y eso que se usaron todos los antiarrítmicos posibles”.

El doctor Alascio reclama la realización de cursos de formación sobre la utilización de estas máquinas dirigidos al personal de emergencias, que permitan adquirir unos conocimientos completos sobre el manejo de su consola.

La contrarreloj de cuatro horas contra el ictus

Un hombre de 57 años estaba el 27 de septiembre viendo un partido fútbol en un bar de Sevilla cuando se le empezó a paralizar la parte derecha del cuerpo. Primero, el rostro, y luego, el brazo, hasta que se desplomó al suelo. No era capaz de hablar. Estaba sufriendo un ictus. Además, era diabético, por lo que su situación se agravaba. Minutos después, el equipo de SAMU Sevilla de guardia aquel día recibió el aviso desde el centro coordinador de la Empresa Pública de Emergencias Sanitarias, EPES-061, y una ambulancia acudió a asistir al hombre inmediatamente.

Se había activado el Código Ictus, un protocolo de actuaciones diagnósticas y terapéuticas en el que participa todo el sistema sanitario, desde el primer profesional que aprecia los síntomas de un ictus hasta el médico encargado de extraer el trombo. La rapidez y la eficacia son fundamentales. “Las primeras cuatro horas desde la aparición de los primeros síntomas son claves, es una carrera a contrarreloj”, advierte Elena García Alanís, médico de SAMU Sevilla.

Un ictus es un conjunto de patologías que afectan a los vasos sanguíneos que suministran la sangre al cerebro. “También se conoce con el nombre de accidente, por la forma tan repentina y brusca en la que aparecen los síntomas más típicos, como dificultad a la hora de hablar, asimetría en la cara, la caída de un párpado o el desvío de la boca hacia un lado, por ejemplo, y la incapacidad de mover la parte derecha o izquierda del cuerpo”, explica la doctora.

Existen dos tipos de ictus, hemorrágicos, que se producen cuando un vaso sanguíneo (vena o arteria) se rompe, y los ictus isquémicos o infartos cerebrales, que ocurren cuando una arteria se obstruye por la presencia de un coágulo de sangre. Éste último es el más frecuente (80% de los casos), aunque ambos presentan una alta tasa de mortalidad.

La frecuencia de esta patología, que es la tercera causa de muerte en España tras las cardiopatías y el cáncer, hizo que el sistema sanitario pusiera en marcha hace varios años el llamado Código Ictus, que no ha dejado de mejorar y actualizarse, ganando en eficacia y rapidez.

La última incorporación al protocolo ha sido la posibilidad de realizar una trombectomía, técnica que permite la extracción del trombo que bloquea la circulación de la sangre y que ha provocado el ictus. Si no se realiza esta técnica antes de cuatro horas desde el inicio de los síntomas, el paciente sufrirá secuelas de por vida.

En estos casos, “los afectados acababan siendo muy dependientes y precisando cuidadores las 24 horas, lo que supone una importante carga familiar y un elevado coste sanitario y gasto social”, indica Elena García. “Cuando se inicia este protocolo, se pretende, y de hecho se está consiguiendo, reducir al mínimo posible las secuelas de esta patología y minimizar todos los problemas derivados”.

Hospitales como el Virgen de Rocío de Sevilla o el Reina Sofía de Córdoba son referentes en esta materia al contar con una unidad de neurocirugía. Pero ciudades como Huelva y Málaga no disponen de ella, y los pacientes deben ser trasladados en un tiempo récord a Sevilla o a Córdoba.

“Aunque son los profesionales hospitalarios quienes eliminan el trombo, y realizan un trabajo realmente espectacular, la actuación de los equipos de SAMU es fundamental y muchas veces decisiva para un buen resultado”, destaca García.

De nosotros depende acortar al máximo el tiempo de traslado de los pacientes afectados desde el lugar en el que se encuentran, un domicilio particular o un centro hospitalario, hasta el hospital donde se realiza la intervención. Además, al conocer el protocolo, sabemos perfectamente qué datos son imprescindibles recabar y aportar al medico receptor para facilitarle el trabajo en todo lo posible. Aportamos datos nuevos relativos al traslado que también son importantes”, continúa. “Somos los responsables de solventar cualquier complicación que surja durante el traslado. Para que ellos puedan hacer su magnifica labor, el paciente debe llegar en las mejores condiciones posibles”.