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“Nos mueve un espíritu de aventura, investigación y crecimiento”

Francisco José Ruiz (Sevilla, 1977), compañero de la Residencia San Sebastián de Cantillana (Sevilla), asume la responsabilidad de Plan Idilio con el objetivo de dar más visibilidad a la acción social de SAMU.

—¿Cómo y cuándo entró a trabajar en SAMU?
—Mi ‘idilio’ con SAMU surgió en 2008. Me presenté en las oficinas de Cartuja decidido a matricularme en los dos cursos de Técnico en Emergencias Sanitarias que impartía SAMU. Durante ese periodo nos informaron de que la Fundación SAMU abriría un centro destinado al cuidado de personas con discapacidad intelectual en Cantillana. Recuerdo, una vez terminado el curso, hablar con mi querido compañero de promoción, Carlos Casado, docente de la Escuela sobre lo bonito que sería prolongar nuestra relación de amistad compartiendo también espacio de trabajo. Varios meses después, ahí estábamos…

—¿Cuáles son sus funciones en la residencia?
—Programar las actividades que se llevarán a cabo de manera diaria, semanal o mensual, como reuniones con los familiares de nuestros residentes. Diseñar los talleres con un enfoque individual o grupal, dentro del centro o fuera de él. Realizar junto al equipo técnico los PPA de cada usuario. Estar siempre presentes en las horas de comedor, etcétera.

—Háblenos de Plan Idilio.
—Plan Idilio no es más que la evolución natural del trabajo que venimos haciendo en la Fundación desde el 2012. Un paso más, un reto muy bonito a través del cual contribuiremos a dinamizar las actividades que surjan en el seno de los diferentes centros socio-asistenciales de SAMU y Fundación SAMU. Es un camino cuyo objetivo es ilusionante y motivador.

—¿Quién impulsa Plan Idilio?
—Es un proyecto que solo tiene sentido con el impulso y respaldo de todos y cada una de las personas que conforman la Fundación, de todos y cada uno de los centros. Desde nuestra dirección general, pasando por las direcciones de las diferentes unidades hasta el último de los trabajadores. Todos somos protagonistas de este proyecto.

—¿Cuáles son sus objetivos?
—Personalmente resaltaría la voluntad de proyectar la visualización de la marca SAMU, Fundación SAMU, dotando de una mayor originalidad y continuidad a las acciones que llevemos a cabo: actividades, jornadas deportivas, campañas de sensibilización, congresos, jornadas científicas, etcétera. Debemos trabajar transversalmente entre los diferentes recursos residenciales intercentros ideando una estrategia de organización y coordinación que unifique los diferentes servicios socio-sanitarios de la entidad. Además, nuestro objetivo es consolidar los lazos ya existentes con otras instituciones y ampliar los contactos de SAMU y Fundación SAMU con otros actores sociales. Por último, trabajar y abordar las diversas temáticas sociales (cultura, deporte, ocio y recreación, cooperación, etc), contando con todos los agentes comunitarios con el fin de generar un intercambio de recursos, humanos, económicos o tecnológicos.

—¿Qué diferencias hay entre Plan Idilio y Cuatro Estaciones?
—No hay ninguna diferencia. Ambos contienen la misma esencia, la misma raíz. Nos mueve un espíritu de aventura, investigación y crecimiento. Es el sello de la Fundación SAMU. A cada sitio que vamos, la gente nos reconoce, nos pregunta, nos insiste y demanda. Las Cuatro Estaciones por la Integración, Carrera Popular Inclusiva, Aljarafe Integra, Congreso de Discapacidad, Actividad Física y Salud, Disfrutamar, jornadas científicas de diferentes temáticas… Son las bases estructurales que dan vida a Plan Idilio.

—¿Sigue en marcha el proyecto Cuatro Estaciones? ¿Qué objetivos persigue?
—Sí. Este año hemos retomado el proyecto Cuatro Estaciones por la Integración, haciéndolo más sostenible, eso sí, pero manteniendo la misma originalidad e intentando crear nuevos lazos de amistad con diferentes instituciones. El pasado mes de abril celebramos la estación de primavera y pronto iremos desvelando las sorpresas que nos deparan las próximas estaciones. Nuestra máxima, la inclusión, además de mejorar la calidad de vida del colectivo de personas con discapacidad intelectual, que adquieran un hábito de vida saludable, la integración de los valores del trabajo en equipo, la amistad, el compañerismo, la superación, motivación y que aumenten su autoestima.

—¿Qué perfil atienden en la Residencia San Sebastián?
—A nuestro cargo hay 60 residentes, todos ellos personas con algún tipo de discapacidad o diversidad funcional intelectual que presentan trastorno de conducta.

—¿Cómo es trabajar con personas con discapacidad intelectual?
—Para mí, no hay trabajo más bonito y enriquecedor que éste. Las personas con discapacidad son un colectivo muy agradecido que reciben con mucho entusiasmo todo el trabajo que se hace con ellos. Se ilusionan con cualquier proyecto o actividad que se les proponga, por lo tanto, el feedback que recibes por el trabajo realizado es positivo al 100% y muy motivador.

—¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?
—Las muestras explícitas de cariño que recibo por parte de los chavales y pensar que el trabajo que realizamos les aporta felicidad y una mejora en su calidad de vida.

Almudena Chávez, directora de UED San Lucas: “Todos los que trabajamos aquí somos unos valientes”

Almudena Chávez Peinado (Sevilla, 1980), dirige la Unidad de Estancia Diurna (UED) San Lucas desde hace ocho años, especializada en la atención de personas con discapacidad intelectual con trastorno de conducta. Chávez es trabajadora social y antropóloga, además de alumna de Psicología de la UNED.

—¿Cómo fueron los primeros años de la UED San Lucas?
—Muy complicados. Hace diez años la información y la formación que se tenía sobre cómo atender a las personas con discapacidad intelectual con trastornos de conducta era muy escasa. San Lucas ha ido creciendo a la par que el propio conocimiento acerca de este tipo de personas.

—¿Cómo ha evolucionado el centro estos diez años?
—Muchísimo, sobre todo en seguridad a la hora de trabajar con ellos y la capacidad de crear pautas nuevas donde no las había. Aquí cada día es diferente y cada persona es diferente. Todo puede cambiar en cuestión de segundos, por lo que tenemos que desarrollar una gran resilencia.

—¿Cuáles son los retos de San Lucas para los próximos años?
—Como objetivo de mejora del centro, estamos impulsando unos proyectos muy específicos de ampliación de servicios, sobre todo, dirigidos a la familia. Todos los años queremos mejorar en la formación a los profesionales, además estamos trabajando para difundir mejor nuestra labor en las redes e ir más allá con programas de respiro familiar y acompañamiento en los domicilios que son algunas de las patas que le falta a San Lucas.

—Son proyectos dirigidos a los familiares, al cuidador.
—Las crisis de tipo conductuales en las personas con discapacidad intelectual que atendemos, se deben en el 95% de los casos por una inadecuada dinámica familiar, la poca o mucha aplicación de límites dentro del hogar. Sin límites, las malas conductas se descontrolan, van a más y comienza el deterioro del cuidador hasta que éste pide ayuda. Generalmente, cuando nace un niño o una niña con discapacidad intelectual, se pueden dar una serie de sentimientos en la familia, normalmente de pena, de culpa y de rechazo. Hay que saber sobrellevar estos sentimientos porque pueden generar una mala praxis dentro de la dinámica familiar. Por ejemplo, Se suele ceder mucho a este tipo de personas sin necesidad ninguna. Eso va generando una dinámica que a veces deriva en una agresión verbal, física, psicológica, de cualquier tipo, y por eso pueden llegar a este tipo de recursos, sin olvidarnos por supuesto, ni darle menos importancia, a las posibles causas orgánica de estos trastornos.

—Como profesional, ¿aprecia un rechazo por parte de la sociedad hacia este tipo de personas?
—Por supuesto, están estereotipados. Incluso en el propio ámbito profesional se producen situaciones de inseguridad y desconfianza, como por ejemplo cuando, tras años de trabajo vemos que ha remitido el trastorno de conducta de un usuario y creemos que es conveniente su traslado a un centro normalizado. A veces, cuando vamos a hacer ese traslado, los propios centros de acogida sienten desconfianza a la hora de aceptarlos porque este tipo de personas sigue dando miedo, sigue provocando rechazo, no gusta porque se cree que genera mucho trabajo.

—¿Qué se puede hacer para evitar este rechazo?
—Lo que hacemos en San Lucas. Incluirlos en muchos proyectos en la comunidad, fomentar una buena visión cuando hacemos los traslados, no dar un mensaje equivocado, dar la voz de alarma cuando se produce una broma no adecuada o un lenguaje poco apropiado, hacernos autocrítica permanentemente para no caer en actuaciones viciadas, sabiendo que es algo de lo que nadie está exento de cometer. Por ejemplo, en los primeros años de este centro hubo un trabajo intensísimo para evitar que a estas personas se les llamara niños y que fueran vestidos como niños o que trajeras cosas de niños. Esto fue un gran paso. Yo fui una gran defensora de ese cambio. Eso limitaba mucho el pensamiento hacia ellos. Son personas adultas y debemos tratarlos como adultos, independientemente de que tengan una discapacidad intelectual. Y, como éstas, hay muchas más barreras que el equipo de San Lucas ha conseguido derribar y otras muchas que aún nos quedan por eliminar.

—¿Le gusta trabajar en San Lucas?
—Mucho. Todos los que estamos aquí somos valientes y nos gustan mucho los retos. Valientes no porque nos atrevamos a estar delante de ellos aunque nos puedan agredir, que eso ya lo tenemos interiorizado, sino valientes porque somos capaces de hacer frente a la incertidumbre. Éste no es un trabajo cómodo, pero me encanta.

J. Aurelio Ventura, enfermero: “Mi trabajo es cuidar, en su sentido más amplio”

J. AURELIO VENTURA. Enfermero y enlace sindical

En diciembre, el enfermero José Aurelio Ventura (Sevilla, 1984) cumple un año al frente del primer comité de empresa de la residencia San Sebastián de Cantillana, en Sevilla, lugar en el que trabaja desde hace siete años junto a otros 60 compañeros.

—¿Desde cuándo trabaja en SAMU?
—Empecé a trabajar en la residencia de San Sebastián hace siete años. Una compañera de profesión que estaba haciendo el Máster de Emergencias de SAMU me informó de que había un hueco en la residencia de Cantillana, así que eché el currículum y aquí estoy.

—¿Cuál es el perfil de los residentes?
—Son unas 60 personas psicodeficientes y con trastornos graves de la conducta. En la mayoría de los casos no son por daños sobrevenidos, sino más bien por cuestiones genéticas.

—¿Cuáles son sus funciones?
—Una gran parte del trabajo se centra en la administración de medicamentos y la realización de curas, pero yo diría que mi función principal es la de cuidar, en el sentido más amplio de la palabra. Aquí, la experiencia es un grado muy importante. Tienes que conocer muy bien a los residentes. Me refiero en el plano personal. Tienes que saber hasta cuándo va a venir su madre a visitarlo o cuándo no, el por qué está hoy enfadado, por qué hoy está tan contento, que no siempre es bueno, por qué está más eufórico de la cuenta. Y en base a eso, tratarlo. Cuando ellos no reciben la atención o el cuidado que desean, sea justificado o no, acaban haciendo algo para lograrlo. Teniendo en cuenta esos pequeños detalles, tendrás o no un día tranquilo y ellos una vida más apacible.

—Es un trabajo con una carga emocional.
—Por supuesto, y aunque quieras evitar tener una relación afectiva hacia ellos, es imposible. Hay residentes que llevan siete años conmigo aquí. Estamos hartos de vernos las caras. Es imposible no tener sentimientos, pero a veces tienes que cumplir con tu deber porque no siempre tienen un día bueno. Cuesta ser firme, pero sabes que lo que haces es por su bien y que le estás ahorrando peores tragos.

—¿Cómo y por qué surge el comité de empresa de la residencia San Sebastián?
—Nació hace menos de un año. Yo lo veo como un fenómeno casi natural. Cuando una empresa prospera, como la Fundación y Grupo SAMU, y tiene un determinado volumen de trabajadores, el empresario o directivo, por mucho que lo intente, tiene un límite a la hora de satisfacer las necesidades de los trabajadores. Creo que hace falta alguien que venga desde la primera línea de batalla y que transmita de forma rápida y eficaz las necesidades que le surgen al compañero o a él mismo.

—¿Qué carencias había en la residencia que impulsaron la creación del comité?
—Principalmente la falta de información, sobre todo, en torno al convenio, el estatuto de trabajadores, las leyes, decretos… He tenido que habilitar una estantería en mi casa sólo para leyes y papeles de ese estilo. Me dedico a estudiarlo todo para responder las dudas de mis compañeros, pero siempre surge algo nuevo y al final acabas recurriendo a abogados o al sindicato. Y para una respuesta que son 10 segundos, acabas echando tres días.

—¿Cuáles son las principales dudas o preocupaciones de los trabajadores?
—Como llevamos poco tiempo y aún no hemos cogido rodaje, ahora mismo lo habitual son dudas sobre las nóminas o las ausencias justificadas o no. Por ejemplo, una compañera no sabía si le correspondía algún día por el ingreso hospitalario de su tío. Todos creíamos que sí, pero no, el convenio no lo contempla. Hay mucha desinformación en ese sentido.

—¿Cuáles son las principales líneas de negociación actualmente con la empresa?
—Acabamos de llegar a un acuerdo sobre las retribuciones, creo que satisfactorio por ambas partes. Ahora mismo el caballo de batalla lo tenemos en los horarios de trabajo, el calendario, la conciliación laboral. Es algo que se negocia anualmente. Son cosas estructuradas. Todavía no nos matamos. Nos entendemos. Hay mucha desinformación en ese sentido.

—¿Qué cree que es lo mejor y lo peor de SAMU?
—Lo mejor y lo peor de SAMU es el compañerismo. Lo mejor porque todos tiramos del carro. Hoy por ti y mañana por mi. SAMU te somete a un alto nivel de estrés. Trabajamos 24 horas los 365 días, pasamos juntos la Navidad, y no siempre estás al 100%. El compañerismo se valora mucho. Quizás, esto sea también lo peor. Cuando a un compañero le pasa algo, te afecta a ti. No puedes desvincularte de alguien con el que pasas tanto tiempo.

Juan Rodrigo Gil, educador: “En SAMU siempre estás en alerta”

JUAN RODRIGO GIL. Educador

 

El educador Juan R. Gil (Algeciras, Cádiz, 1979) dirige desde finales de junio los dos recursos de acogida temporal de menores extranjeros (UATE) puestos en marcha en Jimena de la Frontera (Cádiz) ante la llegada masiva de inmigrantes a través del Estrecho de Gibraltar

 

—¿Cómo fueron sus comienzos en SAMU?
—Empezé a trabajar en SAMU en 2009 como educador. Hasta el pasado curso, la Fundación SAMU, a través de un concurso de la Junta de Andalucía al que optó, cubría las necesidades educativas especiales de los alumnos de más de 130 colegios en la provincia de Cádiz. Yo era el coordinador de los educadores. Fue terminar el curso y empezar a poner en marcha la Unidad de Acogida Temporal de Emergencias (UATE) en Jimena.

—¿Dejará el cargo de jefe de la UATE de Jimena y volverá a los colegios en septiembre?
—Iré donde me necesiten. Ahora mismo, la urgencia está aquí, en Jimena. Con SAMU siempre estás en alerta.

—¿Cómo surgió la UATE en Jimena?
—En junio hubo una llegada masiva de inmigrantes, muchos de ellos niños sin la compañía de un adulto. Los centros de la Junta de Andalucía están desbordados, al 200% de su capacidad y no paran de llegar menores. SAMU ya había trabajado con la Junta en el pasado en una situación similar y nos pidieron que abriéramos un recurso para acoger a estos menores de manera temporal. Fue todo muy rápido, pero no nos cogió de imprevisto.

—¿Por qué?
—Sabíamos que iban a salir a concurso varias plazas para centros de acogida de menores, algunas de ellas para el Campo de Gibraltar, así que nos movimos para buscar un recurso, una vivienda, para optar a ellas. En ese momento, nos llamaron de la Junta pidiendo ayuda. Fue un viernes. Nos dijeron ‘prepararse que os vamos a mandar a 40 niños’ y en dos horas estábamos listos. Trabajamos a contrarreloj. Aún estábamos sacando la cosas de la casa que alquilamos y metiendo las literas, cuando llegaron los primeros niños.

—¿Cuántos recursos hay en funcionamiento en Jimena?
—Dos, con 20 menores cada uno de entre 13 y 17 años. Uno de ellos es un chalet con cinco habitaciones. Es bastante grande. Allí comemos todos juntos y se realizan las actividades. El otro es una casa más pequeña que está a unos 50 metros.

—¿Cómo es la convivencia con los vecinos de Jimena?
—Por ahora perfecta. Al principio me preocupaba un poco meter a 40 menores extranjeros en un pueblo pequeño como Jimena, pero lo primero que hice fue hablar con el alcalde, que nos ofreció todo tipo de facilidades, como acceso gratuito a la piscina municipal. También hay muy buena relación con el centro de salud y la Guardia Civil, ya que algunos de ellos se fugan.

—¿Por qué se fugan?
—Algunos vienen con una idea clara, tienen un destino fijado. Bilbao, Barcelona.En la mayoría de los casos porque tienen familiares allí. Ese es su objetivo y van a hacer todo lo posible por conseguirlo.

—¿Cómo se controlan esas fugas?
—Puedes controlarlas hasta cierto punto. Esto es un centro abierto, no una cárcel. La normativa me impide cerrar el centro con llave y el que tiene claro que quiere irse se va a ir. A veces viene alguien y dice que es familiar de algún niño. Yo le pido que lo demuestre, hay que seguir un protocolo, y en cuanto lo hagan, el menor podrá irse con ellos. Me dicen que vale, pero en cuanto me doy la vuelta, el menor se ha ido. Esto ocurre en todos los centros de este tipo.

—Éste es un centro temporal de emergencia. ¿Cuánto tiempo deben quedarse? ¿Y después, a dónde van?
—No puedo decirte hasta cuándo. El sistema está taponado. Los Centros de Acogida Inmediata de Menores (CAI) y los centros residenciales están a tope. No hay plazas libres. Ni siquiera nosotros tenemos plazas libres. Todas las mañana mando un registro de menores, tras contar las fugas, y al día siguiente ya tengo niños nuevos. Estamos hasta la misma bandera. Las administraciones tienen que buscar una solución.

“Yo no he hecho la mili, he hecho el máster de SAMU”

El enfermero Nacho Ávila Guerra (La Palma del Condado, Huelva, 1982) es desde febrero el nuevo jefe de operaciones de SAMU, cargo que compagina con guardias en ambulancias en Sevilla y Huelva.

—¿Cómo conoció SAMU?
—Tras terminar Enfermería en 2005, empecé a trabajar en un centro de salud haciendo guardias sueltas. En el verano de 2006, en Matalascañas, tuve una guardia muy mala, con muchos accidentes de tráfico. El conductor de la ambulancia me sacó las castañas del fuego y al verme sobrepasado por los avisos me dijo que había una empresa en Sevilla que se dedicaba a la formación en emergencias y que creía oportuno que hiciera el curso.

—¿Qué recuerda del máster de SAMU?
—Yo siempre digo: no he hecho la mili, he hecho el máster de SAMU. Es muy intenso, absorbente, con formación paramilitar. Hacemos muchos simulacros junto con fuerzas especiales y trabajamos en equipo con diferentes dispositivos. Es un ambiente de entrenamiento severo. Pero al que le gusta este mundo, cuando lo prueba, le pica el gusanillo y no para.

—¿Por qué estudió Enfermería?
—Cuando tenía 15 años saqué a un niño de una piscina que se estaba ahogando. Todo el mundo me dijo que tenía que ser socorrista o sanitario, lo típico. Además, yo tengo un tío que es enfermero y me contaba cosas de este mundo, y me entró el gusanillo. Ya cuando entras en contacto con la profesión te das cuenta de si esto es realmente tu vocación.

—¿Qué significa ser jefe de operaciones?
—Todo. Control de personal, de cuadrantes, de vacaciones, sustituciones. A la primera persona a la que acuden los profesionales de guardia cuando se produce cualquier incidente en los servicios de Sevilla, Huelva y Málaga es a mí.

—¿Por qué decidió asumir este reto?
—A nivel profesional y personal, creo que era el momento. Yo ya había sido, de forma accidental, director de la unidad de día San Lucas, por lo que tenía experiencia en el ámbito de la dirección de SAMU. Además, la plaza de jefe de operaciones no sale todos los años. La anterior compañera, Victoria Galiani, se ha llevado más de 12 años en el cargo. Hubiera sido más fácil quedarme en mi puesto de enfermero normal, pero me gustan los retos, asumir nuevos proyectos e ir creciendo.

—Durante tres años trabajó en Málaga, ¿cómo fue la experiencia?
—Hubo un periodo de reestructuración de la plantilla de Huelva y me mandaron para Málaga, pero no cambié de residencia, seguí viviendo en La Palma del Condado. Eso suponía salir de casa a las cuatro y media de la mañana para entrar a trabajar a las ocho. Al día siguiente, sales a las ocho de la mañana y sobre las once y media o doce llegas al pueblo. Te pegas una ducha y te vas a por tu hija a la guardería y disfrutas de ella durante la tarde. Era mi forma de verlo. Cuando estaba en Málaga tenía más tiempo para estar con mi hija que ahora que estoy en Sevilla.

—Participó en la misión de SAMU en Haití en 2010. ¿Cuál fue su función allí?
—SAMU envió cinco expediciones. Yo fui como jefe del último contingente y con la misión de hacer un repliegue lo más ordenado posible. El periodo de emergencias ya había pasado.

—¿Qué vio en Haití?
—Cuando llegué se suponía que lo peor ya había pasado pero lo cierto es que Haití no podía estar peor. No tenían agua potable en las casas, los escombros estaban sin recoger y la gente vivía en campamentos de refugiados. Siete años después, esto sigue igual. Estructuras como el Parlamento, la comisaría central, la escuela de policía o facultades como Medicina o Enfermería se habían derrumbado, matando promociones enteras de profesionales. No tenían policías ni sanitarios porque habían muerto en el terremoto.

—¿Qué significa SAMU para usted?
—SAMU es mi segunda familia. Es un gran conglomerado de distintos profesionales que nos apasiona lo que hacemos. Es una filosofía de vida, una forma de entender el trabajo y las responsabilidades, una religión. Es algo más grande que una empresa en sí.

“La parroquia es una oportunidad para que los niños se integren en el barrio”

Adrián Ríos (Sevilla, 1972) llegó hace dos años a la parroquia de Juan Pablo II, en Olivar de Quintos (Dos Hermanas), que colabora con centros sociales como el de Miguel de Mañara.

—¿Cuándo fue ordenado sacerdote?
—En octubre de 2004. Entré en el seminario con 26 años. Estudié Derecho en la Universidad de Sevilla y trabajé cinco años en el Banco Santander antes de entrar en el seminario.

—¿Qué le motivó a dar ese giro a su vida?
—Tuve una trayectoria de fe progresiva. Tenía pareja, trabajo, lo tenía todo, pero veía que mi vida no estaba ahí, la veía en la Iglesia como sacerdote. Siempre he estado metido en movimientos católicos que me han dejado huella, pero quizás lo que me dio el empujón final fue los años que estuve de voluntario dando café a la gente de la calle. Fue una experiencia que transformó mi escala de valores.

—Cuando entró en el seminario tenía 26 años ¿Fue una decisión tomada desde la madurez?
—Bueno, me dio mucho vértigo. Dejaba muchas cosas atrás, y si Dios me hacía ver que ese no era mi camino, tendría que volver atrás y emprender nuevos trabajos y nuevas relaciones. Todo era un riesgo, pero todo ese vértigo desapareció en el tercer año de seminario.

—¿Cuándo llegó a Juan Pablo II?
-Hace dos años y medio. Es una zona residencial con más de 20.000 habitantes. Creo que es una parroquia de futuro.

—¿Es cierto que celebra la misa en una caseta de obra?
-Aquello es un solar de 2.800 metros cuadrados. En la mitad de este espacio van los salones parroquiales, que ya están construidos y se inaugurarán en junio. En la otra parte hay un templo provisional, una caseta de obra, donde se construirá el templo. Pero la caseta engaña. Entras y parece que estás en una iglesia. Fuera es horrorosa (ríe).

—¿Cómo comenzó su relación con SAMU?
—Creo que la parroquia tiene que estar presente en todas las realidades sociales donde le dejen entrar. Así que, del mismo modo que me presenté a las asociaciones que tienen su sede en mi feligresía, como Aspace, dirigida a personas con parálisis cerebral, o ASAS, de discapacitados psíquicos, me presenté en el complejo de Miguel de Mañara que dirige SAMU cuando vi obras allí.

—¿Conocía los proyectos de SAMU en Miguel de Mañara?
—No, yo me presenté en Navidad allí como párroco de la zona para poner la parroquia al servicio del centro de acogida de menores, que ya estaba abierto cuando fui, y del futuro centro de salud mental. Veía la necesidad de integración de los niños del centro en el barrio y en la parroquia través de los campamentos, los talleres de tiempo libre, las catequesis y otras actividades.

—¿Tiene la parroquia presencia en el centro de menores?
—Estamos a la espera de que la Junta de Andalucía nos autorice para ofrecer clases de apoyo en el centro. La idea es que la parroquia actúe de puente para que estos niños conozcan a sus vecinos del barrio. Es una oportunidad para que los niños se integren en el barrio.

—¿Cómo han reaccionado los voluntarios de la parroquia?
—Los voluntarios de la parroquia están acostumbrados a que el cura los líe (ríe). Hay muchos voluntarios. Es más, hay más voluntarios para visitar enfermos que enfermos que visitar. Hay más voluntarios en Cáritas que familias atendidas este año. Lo que queremos es que todos los voluntarios reciban formación.

—Los dos proyectos de SAMU son aconfesionales ¿Cómo es la convivencia?
—No vamos a ir a convencer a nadie, vamos a atender a quien nos llame. En un centro de salud mental suele haber muchas personas que demandan la relación con Dios. Y si un centro que no es religioso ofrece atención espiritual, le hace un buen servicio a la persona, no a la Iglesia. Yo siempre digo que voy a donde me llaman, no me meto a contramano en ningún sitio.