Ser mujer en la frontera de Ucrania

Imaginen, por un instante, ser mujer, psicóloga, tener 26 años y tener que huir de la guerra con lo puesto, un abrigo, un jersey, unos vaqueros y aquellas botas que nos regalaron en el último cumpleaños. Imaginen, por un instante, el desconcierto de tener que salir huyendo, sin saber muy bien a dónde, sin más transporte que tus pies, sin más mapa que el de las calles vacías, el frío, la soledad, la oscuridad…la desesperanza de no tener lugar al que volver.

Esta descripción, que bien podría estar sacada de cualquier libro, es tan sólo una pequeña muestra de la realidad que sufren los cientos de mujeres que escapan diariamente de la guerra desatada en Ucrania y para las que el camino de salida en busca de auxilio se convertirá en vía crucis hasta el punto de acogida.

Será en este tránsito durante el cual el concepto de mujer se desvirtúe por quienes harán uso de él a su favor. Así, veremos cómo ser mujer en la frontera es sinónimo de ser arma de guerra, es pasar a modificar el nombre de aquellas cosas conocidas por otra manera de nombrar. Ahora ser mujer es otra cosa, es el desprestigio de caminar en la frontera con el enemigo conocido tras de sí, como si la diana que habitualmente llevamos en la espalda, esta vez brillase con aún más esplendor.

Mujer refugiada, arma de guerra

Según datos de organizaciones no gubernamentales, desde el comienzo de la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero, más de 5,5 millones de personas han escapado del país, de ellas, el 90% son mujeres y menores. Otros 7,1 millones son desplazados internos, incluidos mujeres y menores que necesitan atención médica. En cualquier población de refugiados, entre el 70% y el 80% lo componen mujeres y niñas quienes como refugiadas tienen unas necesidades de protección específicas devenidas por su sexo y género.

Los conflictos armados son realidades que reproducen las estructuras de género presentes en cualquier sociedad; tanto es así que, durante el desarrollo del mismo es cuando las estructuras de desigualdad se expresan en consecuencias extremas con el objetivo de reforzar los roles tradicionalmente asignados al sexo.

El conflicto, la guerra y el desplazamiento son siempre escenarios de violaciones de derechos humanos generando efectos demoledores no sólo para las personas objeto de estas vejaciones sino para familias, comunidades y países. Uno de los escenarios que plantea una mayor urgencia a la hora de atajar la infracción de derechos humanos en conflictos bélicos es la violencia sexual y de género, pues esta se ha convertido en característica común a los conflictos armados contemporáneos.

Una de las cuestiones importantes a tener en cuenta en todo este análisis es que las crisis humanitarias extrapolan las desigualdades de género que ya existen en los países, previo conflicto. Las mujeres quedarán excluidas de la participación activa en la defensa del conflicto, dejándolas fuera del espacio público, obligándolas a reproducir patrones de cuidados (y, por tanto, la obligatoriedad de la huida para poner a salvo a la familia). Mientras tanto, los hombres serán aquellos que se vean en la primera línea del conflicto, formando parte del ejército. Una vez más, vemos cómo este reparto de tareas ejemplifica la reproducción de un statu quo ya existente.

Se sabe que la violencia es un instrumento eficaz de control individual y colectivo que en tiempos de guerra expone su máxima expresión, atendiendo a justificaciones propias del conflicto armado. El uso de la violencia sexual como arma de guerra nos retrotrae al conflicto de Ruanda en los años 90, a los conflictos armados de los Balcanes, donde la violencia sexual pasa a convertirse en una cuestión de interés general tras años de silencio por parte de autoridades y víctimas.
Es práctica habitual que, en situaciones de conflicto armado, el cuerpo de las mujeres sea un botín de guerra. Resulta tan extendida la práctica de la violencia sexual que podemos encontrar situaciones tan opuestas y paradójicas como tener un hijo del enemigo (como estrategia de humillación para que la comunidad desprecie a la mujer), como la realización de esterilizaciones forzosas para controlar la reproducción de la población invadida, abocándola a una extinción metafórica.

Lamentablemente, los peligros para las mujeres no acaban una vez salen del país, sino que continúan en su tránsito pues la falta de vías legales y seguras para obtener protección las condena a trayectos migratorios en los que son víctimas de multitud de violencias. Por ello, las niñas y mujeres refugiadas representan aproximadamente el 50 por ciento del total de la población refugiada, apátrida o desplazada internamente. Una de las tareas de SAMU, junto con los estados, es la protección internacional a las mujeres refugiadas contra todas las formas de violencia sexual y de género. Con iniciativas como el Centro de Acogida de Emergencia que se desea implantar en la frontera polaca, SAMU pretende atajar las consecuencias de las violencias contra la mujer, ejecutando diferentes estrategias que aseguran un apoyo clave para las supervivientes de maltratos de cualquier tipo.

Una acogida empoderadora

Lograr una acogida humanitaria competente e igualitaria supone comprender cuáles son las necesidades y prioridades específicas de mujeres y niñas en procesos de tránsito humanitario; para ello contamos con la perspectiva de género dentro del enfoque de los derechos humanos, herramienta que pretende mejorar la atención humanitaria desde el reconocimiento de los derechos universales que dotan de dignidad al ser humano. Por tanto, incorporar la igualdad de género en la acción humanitaria no solo nos ayuda a mejorar el impacto de las estrategias de atención que desarrollamos, sino que también nos ofrece unas intervenciones de carácter humanitario adecuadas a la realidad.

Sabemos que las mujeres, niñas, hombres y niños tienen experiencias de tránsito diferenciadas. Estas diferencias residen en los roles de género con los que ya parten de su país de origen y que determinará en gran medida el camino hacia el exilio. Recordemos que, en la mayoría de conflictos, las mujeres y niñas son víctimas objeto de violaciones, agresiones sexuales y secuestros para acabar muy posiblemente en circuitos de trata y prostitución.

Cuando mujeres son incluidas en la acción humanitaria, toda la comunidad se beneficia de ello pues como ciudadanas afectadas por la crisis, las mujeres se encuentran entre quienes proporcionan una primera respuesta y desempeñan un rol fundamental en la acogida a mujeres que han sufrido violencia a lo largo del camino del conflicto. De este modo, sus aportaciones a la identificación de las necesidades humanitarias y sus posibles soluciones resultan esenciales para formular cualquier tipo de respuesta que facilite la inclusión de las víctimas en circuitos de acogida para su problemática.

Alcanzar la igualdad de género y promover el empoderamiento de la mujer en la acción humanitaria garantiza una respuesta justa, certificando la protección de los derechos humanos y las libertades fundamentales para todas las personas a través de los programas y acciones que contemplan la igualdad de género como eje fundamental de la labor asistencial. Algunas de las ventajas que ofrece introducir la perspectiva de género y el empoderamiento de la mujer en la ayuda humanitaria son:

Ofrecer protección ajustada a la realidad discriminatoria.

Las mujeres y niñas víctimas de los conflictos están expuestas a diferentes riesgos relacionados con la protección. Comprender la naturaleza específica del género de estos riesgos resulta fundamental para evitar que se inflijan daños extras y facilitar una protección adecuada. El análisis de género, por ejemplo, nos ayuda a determinar por qué durante el tránsito hacia el exilio los patrones de género vuelven a representarse como una extensión de la discriminación en el país de origen, si ser mujeres y niñas en una situación de mayor riesgo implica directamente sufrir cualquier tipo de violencia de género, o por qué los hombres y niños pueden sufrir un mayor riesgo de reclutamiento forzoso en grupos armados, explotación laboral o de morir en combate.

Aumentar el acceso a la ayuda

Las crisis humanitarias derivadas de conflictos bélicos no sólo reproducen las desigualdades de género, sino que las agudizan. Por ello promover la igualdad de género en todas las respuestas es tarea obligatoria para garantizar que mujeres y niñas puedan disfrutar de un acceso seguro y adecuado de la ayuda. Entender el rol que desarrollan las mujeres en relación al género nos ayudará a facilitar recursos inclusivos atendiendo a las realidades transversales que cooperan con el género en establecer circuitos de exclusión (discapacidad, orientación sexual, como ejemplos).

Agentes de cambio

Aunque pueda resultar paradójico, las crisis humanitarias pueden ser una oportunidad para abordar las desigualdades y promover un cambio si comprendemos que cualquier crisis altera las estructuras sociales y culturales dejando un espacio para reformular los mandatos de género, contribuyendo a rediseñar el concepto de poder tan presente en las relaciones de género. El éxito y la garantía de la transformación pasa por abordar las causas y consecuencias estructurales que fomentan la desigualdad de género enfocando el objetivo de lograr un cambio imperecedero en la vida de hombres y mujeres.

Pese a lo complejo que pueda resultar adoptar estrategias que garanticen el ejercicio de los derechos fundamentales, es necesario ofrecer un liderazgo a las mujeres que las aleje de los roles asumidos cotidianamente y que las posiciona en inferioridad, poniendo la semilla hacia el cambio transformador, “asegurar la participación plena y efectiva de las mujeres y la igualdad de oportunidades de liderazgo a todos los niveles decisorios en la vida política, económica y pública” tal y como contempla una de las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible recogidos en la Agenda 2030. En este contexto, enfocar el empoderamiento de mujeres y niñas no sólo debería ir más allá de sus roles como víctimas de la situación humanitaria, sino también en la ayuda a construir espacios de paz donde tomen valor y sentido sus propias historias.

El final del camino

Hemos llegado hasta aquí después de un tedioso y largo camino y parece que alguien nos está esperando al otro lado de la frontera. ¿Recuerdan que, al principio de este artículo les pedía que imaginaran a una mujer de características muy concretas? Bien, abusaré un poco más de su confianza y, en un último esfuerzo, les pediré que imaginen a otra mujer, aunque esta, tal vez les resulte algo más familiar. Puede que sea su compañera de trabajo, María, con quien ha compartido horas en la ambulancia; Laura, la trabajadora social del proyecto de acogida que entró en la Fundación hace unos meses; o Andrea, la psicóloga de 26 años que realiza su primer voluntariado internacional. El humilde propósito de este artículo no es otro que comprender el valor de la voluntaria de SAMU que espera en la frontera con los brazos abiertos, con el gesto amable de quien ofrece todo a cambio de nada, de quien comprende que en la empatía siempre hay un poco de nosotras en las otras personas a las que brindamos nuestro apoyo: sororidad lo llaman, solidaridad diremos.

Hemos llegado al final de un camino que es el principio de muchos, teniendo muy presente que el lenguaje de la sororidad es universal pues con ser mujer nos basta para entendernos.

ANA LOZANO / Técnico del área de Intervención Socioeducativa y de la Mujer