Los tres objetivos de DISL Nervión en su proyecto con los menores

La mayoría de mis amistades y familiares conocen muy bien a lo que me dedico y puedo compartir con ellos los éxitos y alegrías que me da mi trabajo. Pero, cuando mis compañeros o yo conocemos a gente nueva y nos hacen la típica pregunta de “y tú, ¿a qué te dedicas?”, ahí tenemos que explicar varios conceptos que están en nuestro día a día. Habitualmente, yo contesto con una broma en la que comento que soy padre de 16 menas. Ante su habitual cara de asombro, le explico que no trabajo en ninguna cárcel, que los niños son libres dentro de unas normas de convivencia, que la mayoría asisten a centros de estudios reglados, que realizan actividades de ocio como cualquier otro chico o chica de su entorno o que tienen sus móviles y usan sus redes sociales para comunicarse con sus familias.

Normalmente se quedan satisfechos con las respuestas y comparten conmigo alguna experiencia que han tenido con personas migrantes, terminando la conversación en ese punto. Pero hay otras personas que se interesan más por cómo trabajamos, qué proyectos tenemos nosotros y los propios menores, los motivos de su viaje, y, sobre todo, se preocupan por su futuro.

Es ahí cuando, también de manera sencilla y con cierto tono de humor, le respondo así: “Con ellos tengo tres objetivos: que se echen una novia, que vivan solos y no me necesiten, y que me inviten a su boda”. Y entre risas, paso a explicarles los motivos de cada punto.

Cuando un menor llega a nuestros centros, habitualmente los contactos que tiene son escasos y se limitan a otros menores o educadores con los que han coincidido en los centros por los que han pasado. Una vez ingresan en nuestro recurso, comenzamos a trabajar el idioma español, pilar sobre el que se sustenta su integración social, el objetivo principal de toda nuestra labor. Acto seguido, son escolarizados o acuden a centros formativos prelaborales donde aprenden un oficio y, para esto, deben saber desplazarse de manera autónoma, coger trasportes públicos, orientarse en otros barrios o pueblos, y adquirir rutinas y horarios, entre otras cuestiones. Por lo que, si un menor le comenta a algún componente del equipo que tiene una pareja, esto es un indicador del buen hacer, ya que significa que ha conseguido hacer amigos, tener contactos nuevos fuera del centro, incluirse en la sociedad que le acoge y que su nivel de comprensión y expresión del español es lo suficientemente alto para poder hablar con una pareja.

Uno de los primeros que nos presentó a su novia fue Ayoub, un chico que ingresó el día de la apertura del recientemente clausurado ISL Polanco. A los pocos meses, su español fue lo suficientemente bueno para conocer a una chica con la que a día de hoy continúa compartiendo su vida como un joven la suele disfrutar: yendo a la playa, haciéndose fotos románticas, dedicándose canciones y simplemente paseando orgullosamente agarrados de la mano. También vive felizmente en pareja Ossama, que acaba de volver de visitar a su familia, o Abdelhak, que va a ser padre dentro de pocas semanas y vino a contármelo rebosante de alegría en cuanto lo supo.

La independencia también es otro objetivo que buscamos. Independencia económica, de vivienda y administrativa. Siempre digo que uno de los mayores choques culturales que tienen los menores migrantes se produce cuando tienen que tratar con la administración, ya que, normalmente, en sus países de origen la forma de solicitar algo difiere mucho con la de Occidente: cita previa, instancia, solicitud, tiempos administrativos o certificado digital, entre otras cuestiones. Todos estos conceptos tardan mucho en adquirirlos e interiorizarlos. Y también encuentran dificultad a la hora de encontrar piso en el que vivir, casi, como cualquier otro joven: fianza, contrato, estabilidad económica…

Cada vez que coincidimos con Abdollah, recordamos con alegría el día que fuimos a IKEA a comprar todo lo que necesitaba para su piso: sábanas, toallas, menaje y decoración. Orgulloso, sacó su tarjeta de crédito a estrenar y pagó. Hoy, continúa viviendo en el piso que encontramos juntos y trabaja en el lugar en el que empezó sus prácticas. También vive de manera totalmente independiente Youssef, que ya solo me llama para decirme que le invite al campo del Sevilla si tengo algún carnet libre o para que le imprima algo porque no tiene impresora en casa. Ambos jóvenes fueron conscientes de que su esfuerzo tendría recompensa y supieron apreciar ese taller que recibieron en su momento sobre cómo comportarse en una entrevista de trabajo, que ahora les permite destacar y antes les parecía tan prescindible.

Quizás el momento boda aún se antoja lejano, pero, si llega ese día, será un placer acompañarlos y compartir con ellos la alegría. Pero, ¿qué podría indicarnos ese hecho? Pues que soy una persona importante para ellos, que me agradecen la ayuda que les he prestado durante su adolescencia y primera adultez. También es muestra de que, como con ese amigo de la infancia o de la universidad, seguimos en contacto, aunque cada uno hace su vida por su lado y recurrimos uno al otro cuando nos necesitamos. Lo más cercano que estoy de este punto es cuando doy un paseo durante el fin de semana por la zona de bares y me encuentro a mis antiguos chicos trabajando o tomando algo con los amigos.

Uno de ellos es Walid, que, de vez en cuando, pasa por el centro para saludar, que se acuerda de felicitarme en mi cumpleaños o que, incluso, me invitó a comer a su casa porque, según él, “había aprendido a cocinar algo que me iba a encantar”. O el amigo Bamba, que siempre nos recibe en su bar con una sonrisa y un fuerte abrazo.

Todas esas anécdotas son las que se quedan y nos reconfortan ante las situaciones difíciles en el trabajo. Porque cambiar el mundo no es una locura ni una utopía, sino ¡justicia!

JOSÉ MANUEL ROMÁN.
Director DISL Nervión