ISL Jimena: Preparar el desembarco en la vida adulta
El 3 de noviembre, Amine dio un paso de gigante en dirección a su futuro. Ese día cumplió 18 años y lo hizo como quería: trabajando. Después de formarse en jardinería y mantenimiento, Amine se ha hecho mayor y ha empezado a trabajar con Fundación SAMU en el centro de San Juan de Aznalfarache.
Pocos días antes de su cumpleaños aún no se lo había dicho a su familia, a la que dejó en Beni Melal, en pleno Atlas marroquí. Antonio Rodríguez, una de las personas que mejor le conocen en España, dice que él es así: reservado, prudente, constante. Y Amine lo resume de otro modo: “Yo busco un futuro bueno y ayudar a mi familia. De momento estamos subiendo paso a paso”. Un paso no se da hasta que se completa el anterior.
El suyo es otro caso de éxito en el centro de Inserción Sociolaboral de SAMU en Jimena de la Frontera (Cádiz), localizado en las instalaciones del hostal Los Arcos. El centro cuenta con 22 plazas. SAMU tiene la misión de trazar un itinerario personalizado de inserción para cada uno de los chicos que llega aquí.
Es un trabajo en equipo. Educadores, trabajadores sociales, psicólogos y auxiliares trabajan para que tengan sus papeles en regla, aprendan español y, en definitiva, que al cumplir los 18 años cuenten con todas las herramientas para desenvolverse en la vida adulta. “Sin ellos no sería posible”, resalta Antonio Rodríguez, el director del ISL Jimena de la Frontera.
“Penurias, hambre, sed… y esclavitud”
Cada uno de estos niños llega con una pesada mochila a la espalda. Todos han completado un viaje de cientos de kilómetros por desiertos y países en guerra, con el mar a modo de obstáculo final. “Aquí puedes encontrar de todo. Son chicos que llegan después de meses de viaje, en el que han sufrido penurias, hambre, sed, falta de higiene, malos tratos o, incluso, esclavitud”, cuenta Rodríguez, que ha escuchado de ellos las historias más duras.
Por ejemplo, la de un chico que, junto con sus compañeros de viaje, fue secuestrado por las mafias que pululan por el desierto. “Tiene en su mente la imagen de cómo a sus compañeros les han dado palizas, incluso han matado a gente, porque no hacían lo que les pedían”. Para evitar represalias, el chico se convirtió en una persona dócil y sumisa. “Él sigue con ese pensamiento de que tiene que ser un sirviente para agradar a los demás”.
Meses después, sigue obsesionado con aquello de lo que fue privado. “Para él lo más importante es la comida y después la ropa, porque se ha pasado mucho tiempo desnudo, sin ducharse”. Los psicólogos de SAMU trabajan para que el joven, que cursa 4º de ESO, module una conducta enfocada durante meses a la esclavitud.
Itinerarios personalizados
Aunque todos comparten un pasado duro, cada itinerario se personaliza con mimo. El equipo técnico da instrucciones al equipo educativo para procurar a los chicos las herramientas más adecuadas a sus capacidades y motivaciones.
La tarea comienza con el proceso de legalización de su estancia en España, que puede llevar hasta casi un año. A veces llegan con documentación, pero otras veces no traen ni un solo papel. Por eso, muchos cumplían los 18 sin tener ni siquiera los papeles en regla y la opción de lograr un contrato de trabajo al cumplir la mayoría de edad (complicada de por sí) se desvanecía. “Se pasa bastante mal al ver que a un niño que viene a ganarse la vida y ayudar a su familia le quitan de golpe la posibilidad de hacerlo de manera legal”, lamenta el director, que espera que la reciente reforma legal corrija este grave problema.
En función de sus circunstancias y de su situación documental, se traza para cada uno un itinerario de inserción. En ocasiones serán escolarizados; en otras, realizarán prácticas formativas en empresas de carpintería metálica, electricidad o restauración. Si ninguna de esas opciones es viable (por ejemplo, porque no tengan pasaporte), aprenderán un oficio en la escuela de adultos. Muchos de ellos aprenden un oficio en Cortijo Román, un alojamiento rural en el corazón de Los Alcornocales, o en otras empresas colaboradoras, como La Pequeña África, una reserva animal en Jimena, donde ahora mismo dos chicos realizan sus prácticas.
Aprendiendo a convivir
Entre tanto, deberán aprender a convivir con jóvenes en su misma situación. “Le inculcamos que el centro es su casa y tienen que cuidarla como si fuese suya”, cuenta Rodríguez. Como en cualquier hogar, es imprescindible que haya comunicación, respeto y confianza. “Para ellos la figura de referencia aquí somos nosotros. Al mismo tiempo que tenemos que guardar la figura de autoridad, hacemos de padres, hermanos, psicólogos…”.
Algunos de ellos acaban colaborando con SAMU en situaciones de crisis y trabajando finalmente con la entidad. Este será también el caso de Amine, que cuando tenga su contrato en la mano podrá contarlo a sus padres. Tres años después de jugarse la vida en el mar, ha alcanzado su primer objetivo cuando llegó: trabajar. “Es una buena noticia para mí y para ellos”, dice, todavía tímido, pero sin disimular el orgullo por dado un paso más en dirección a su futuro.