Belén Barea, coordinadora de Cortijo Román: «Creas lazos afectivos con los menores inquebrantables»
Belén Barea (Jimena de la Frontera, Cádiz, 1980) es diplomada en Turismo y trabaja desde hace un año en Cortijo Román, un proyecto de turismo rural impulsado en 2020 por SAMU que persigue la inserción sociolaboral de menores inmigrantes.
—¿Cuándo comenzó a trabajar en Cortijo Román?
—Hace justo un año. Yo siempre he trabajado como recepcionista en hoteles y hostales. El verano pasado, estaba en paro, y un excompañero que trabaja ahora en SAMU me dijo que estaban buscando recepcionista para un proyecto propio de alojamiento rural en Jimena de la Frontera, mi tierra natal. Reconozco que, entonces, no sabía dónde me metía, no sabía ni qué era SAMU.
—¿Fue a la entrevista sin saber a qué se dedicaba SAMU?
—Recuerdo que lo busqué en Google y lo que encontré me hizo pensar que el compañero me había dado mal el nombre de la empresa. Vi ambulancias, cursos de emergencias, ejercicios de rescate, formación sanitaria. Y pensé: ¿Dónde voy yo? Me he equivocado. Soy recepcionista. Esto no tiene nada que ver con lo mío.
—¿Quién le hizo la entrevista?
—El Jefe, don Carlos Álvarez Leiva. Recuerdo que fue bastante compleja. Al final, me preguntó: “¿Eres valiente?”. Yo no entendí la pregunta, pero le contesté que sí. Y me dijo: “Entonces, estás contratada”. Ahora comprendo a qué se refería.
—¿Qué quería decir con esa pregunta?
—Este es un proyecto complejo. Cortijo Román es una empresa cuyo fin es fomentar la inserción sociolaboral de los menores a cargo de SAMU, especialmente del ISL Cortijo, en Jimena de la Frontera. Yo me metía mucha presión pero Álvarez Leiva siempre me decía: “Tranquilízate si esto no da beneficios a corto plazo, a los menores sí les estamos ayudando”.
—¿Cuál es su papel dentro de Cortijo Román?
—Hago las funciones de recepcionista y de un director de hotel, pero a pequeña escala, hay que tener en cuenta que esto es un complejo pequeño. Me encargo de las reservas, de gestionar los eventos y de coordinar todo el trabajo que se hace en el cortijo. Mis labores son las mismas que la de una recepcionista, pero el trabajo es distinto, es más humano, y me encanta. El trabajo de recepcionista es muy mecanizado. Sabes cómo tratar al cliente, las mismas acciones, sabes lo que tienes que decir y qué hacer en cualquier momento. Pero aquí es diferente. Para empezar, trabajas con menores inmigrantes y no sabes cómo van a reaccionar. Ya no sólo trabajas de cara al público, también actúas de educadora. El trabajo es más humano.
—¿Qué relación tiene con los menores del centro ISL Cortijo?
—Los chicos realizan cursos de formación y prácticas profesionales en el cortijo, por lo que forman parte de mi día a día. Además, a veces acudo al centro de apoyo. Por ejemplo, cuando algunos compañeros del recurso se marcharon a Ceuta para atender a los menores que llegaron durante la crisis migratoria de mayo, estuve trabajando en el ISL Cortijo. La relación con los menores es muy estrecha y se crean unos lazos afectivos, a veces, inquebrantable. Personalmente, me resulta muy duro cuando los chicos cumplen la mayoría de edad y se tienen que marchar del centro. Te preguntas dónde irán, qué será de ellos.
—Estos menores llevan a sus espaldas una mochila muy pesada.
—Yo siempre digo lo mismo: todos somos personas necesitadas de cariño y comprensión. Inmigrante o no. Todo el mundo necesita que le escuchen y ser comprendido. Hay niños a los que les cuesta adaptarse, sí, pero una de las funciones del educador es conseguir que estos menores sean capaces de expresar lo que tienen dentro. Haces de padre, madre, hermano, amigo. Cuando se marchan del centro, algunos nos escriben, necesitan saber de nosotros. Recientemente, recibí una carta de un extutelado que decía: “No sabes cuánto os echo de menos”. Ahí te das cuenta lo importante que es la labor que hace SAMU.
—¿Qué ha sido lo más difícil a lo que se ha enfrentado este último año en Cortijo Román?
—A la incertidumbre. Cortijo Román abrió sus puertas en plena pandemia del Covid-19 y el proyecto no terminaba de arrancar. Para mí, lo peor ha sido no saber qué iba a pasar, si el proyecto iba a continuar o no, si era viable, la aceptación que iba a tener. Afortunadamente, durante los meses de junio, julio y agosto hemos estado completos, y hemos logrado celebrar tres bodas y dos comuniones. Cortijo Román tiene futuro.