40 aniversario de SAMU: La voz de los veteranos

Muchas cosas han cambiado desde que hace 40 años SAMU introdujo en España la primera UVI móvil para asistencia de emergencia. A partir de aquel vehículo pionero, equipado con tecnología por entonces casi desconocida en nuestro país, SAMU ha crecido hasta contar con una flota de 18 ambulancias atendidas por unas 90 personas. En 1981, SAMU era una pequeña empresa para el traslado de pacientes críticos y la atención a emergencias que ocurrían en la calle, fundada por el empeño del doctor Carlos Álvarez Leiva; hoy, cuenta con más de 1.700 profesionales dedicados a la salud y las emergencias, la formación, la atención a la diversidad funcional y la atención a menores.

Algunos trabajadores han estado presentes casi desde que arrancara este periplo. Han dedicado su vida profesional a la empresa, contribuyendo en estas cuatro décadas a logros colectivos como la apertura de delegaciones, de centros de atención a menores, mayores o de personas con discapacidad, la realización de misiones humanitarias internacionales o la apertura de dos hospitales temporales de emergencia durante la crisis por la pandemia del coronavirus.

Emilia García, en la retaguardia desde la Nochevieja de 1987

Emilia García es una de esas trabajadoras. El 31 de diciembre de 1987 fue su primer día de trabajo en SAMU. La empresa buscaba a alguien que se ocupase de la limpieza, el desmontaje y la reposición del material de las ambulancias, y Emilia, que acababa de terminar Auxiliar de Clínica, pensó que podría servir para eso. Ese mismo día, tras la entrevista, realizó su primer servicio. Desde aquellas navidades no ha dejado de trabajar hasta convertirse, hace ahora un año, en gerente.

Cuenta Emilia que en SAMU se hace de todo, así que pronto le tocaron más tareas que las que la habían asignado al principio. “Empecé limpiando ambulancia y realizando funciones de administrativa, pero me sobraba mucho tiempo, así que me ponía con la chica de la oficina de recadera”, recuerda. Eran tiempos en los que se comunicaba con Carlos Álvarez Leiva por radiofrecuencia. “Hacía de todo, desde poner lavadoras a preparar una comida, o dar apoyo como auxiliar de clínica. También las guardias de coordinación o la atención del teléfono de urgencias. No podías decir ‘no sé hacer esto’”.

Los últimos 25 años los ha dedicado a la administración y la contabilidad del grupo. Como ella dice, “en la retaguardia”. Como cuando el 18 de marzo de 2020, a las tres de la madrugada, le sonó el teléfono: “Era mi jefe alertándonos de que teníamos que montar dos hospitales para enfermos de Covid, en La Línea y en Sevilla. “A partir de ahí estuvimos a tope: 24 horas vía Zoom con el equipo sanitario, atendiendo cualquier necesidad logística o de personal”, resalta.

Es una muestra del espíritu de superación ante las adversidades y la capacidad de adaptación a los retos del día a día. “Esto es una odisea cada mañana porque no sabes lo que te vas a encontrar. Creo que nos llaman porque nunca decimos que no. Quizá es también parte del éxito de la empresa”, comenta.

“Aprendo cada día. Tienes la oportunidad de avanzar, no te ponen trabas en nada, te hacen ser autónoma. Me gusta mi trabajo”, cuenta orgullosa. Eso sí, admite que tiene una espina clavada: “Colaboro en todo, pero siempre digo que me da pena no haber intervenido en alguna misión humanitaria”.

Juan Meléndez, más de 30 años al volante

Como Emilia, Juan se incorporó a SAMU en 1987, cuando la empresa apenas contaba con dos UVIs móviles que guardaba en una nave de la calle Asunción. Lo primero que recibió fue algo que ya no existe: un busca para estar permanentemente localizable ante cualquier emergencia. “Yo no tenía experiencia previa. Nunca me había metido en una ambulancia, y menos en una UVI móvil, pero fui haciendo cursos y aprendiendo”, recuerda hoy este experto conductor, que ha pasado más de tres décadas al volante de estas unidades.

Juan es técnico de emergencias, y por aquel entonces conducía las primeras UVIs móviles que había en España. De Huelva a Madrid, Juan recorrió el país en aquellos vehículos, tan sofisticados para la época que causaban admiración allá donde paraban. Tenían respirador, monitores, oxígeno… Servicios impensables para la época. “Los médicos salían del hospital para verlas”.

Meléndez reconoce que al principio le costó sobrellevar algunos traslados. “Nosotros éramos los únicos que teníamos incubadoras portátiles, así que a veces teníamos que llevar a recién nacidos a Madrid. Ver a niños tan pequeños y con problemas desde que nacen te afecta”.

Como otros trabajadores, Juan recuerda con especial viveza los preparativos de la Expo Universal de Sevilla 92. El SAS finalizaba el turno a las ocho de la tarde, dejando a los trabajadores del tajo nocturno sin servicio de emergencias. El accidente de un trabajador en el puente de la Barqueta motivó que se contratase a SAMU para garantizar la asistencia a esos obreros. Como recordaba el doctor Álvarez Leiva, “durante dos meses estuvimos durmiendo en la ambulancia, pasando muchísimo frío por las noches, porque ahí no había nada construido”.

Poco después, SAMU asumió la labor a tiempo completo. Más de 60 personas formaron el equipo sanitario de SAMU en turnos de 24 horas, atendiendo más de 30.000 incidencias en aquel verano del 92, cuando más de 40 millones de personas pasaron por la isla de La Cartuja. El balance: una sola queja.

Paco Jarillo, siempre al lado de Carlos Álvarez Leiva

“Yo empecé cuando empezó SAMU”, suelta de primeras Paco Jarillo, que cuenta así su primer trabajo para la empresa: “Había venido una marca alemana a probar coches a una carretera pegada a Los Palacios. No teníamos ambulancias, así que nos prestaron una UVI móvil de la Mercedes y se alquiló un helicóptero. En una de las peores curvas pusimos la ambulancia, y para cubrir el resto el helicóptero”. Afortunadamente, nada pasó.

Como ocurrió aquel día, Paco Jarillo, que conoce “desde chico” al doctor Álvarez Leiva, siempre ha estado dispuesto a ayudar. Con experiencia en la conducción de camiones, ha realizado multitud de sustituciones a los conductores de ambulancia, y ha transportado suministros como ropa y oxígeno a los equipos de la empresa fuera de Sevilla.

Mucho ha cambiado todo. Por ejemplo, las carreteras, que Jarillo conoce bien. “Aquello no eran carreteras, eran agujeros”, cuenta. A pesar de las dificultades, la conducción y la atención eran exquisitas: “Una vez llegamos a un hospital de Mérida a recoger un paciente al que le había pasado un coche por lo alto, y el médico nos preguntó cómo íbamos a llevarlo a Córdoba. Estaba en la UCI con todos los aparatos puestos, y había que ir quitándoselos y ponerlo en la camilla, estabilizarlo y llevarlo a la ambulancia. Pero íbamos con pies de plomo”.

“En una ambulancia tienes que tener mucho cuidado”, continúa: “Lo que llevas puede ser una persona que se está muriendo”. Por eso, Jarillo ha hecho muchos viajes con el “pellizco encima”, consciente de que no podía transportar carga más preciada: “Imagina montar en el coche un niño de cuatro días que pesa un kilo y pico…”.

Aunque su labor era llegar al hospital para dejar el paciente a cargo de los médicos, muchas veces se encontró llamando para interesarse, porque este trabajo es de los que se vive todo el día y para siempre: “Te toca la fibra, no hay más remedio”.

Belén Barea, coordinadora de Cortijo Román: «Creas lazos afectivos con los menores inquebrantables»

Belén Barea (Jimena de la Frontera, Cádiz, 1980) es diplomada en Turismo y trabaja desde hace un año en Cortijo Román, un proyecto de turismo rural impulsado en 2020 por SAMU que persigue la inserción sociolaboral de menores inmigrantes.

 

—¿Cuándo comenzó a trabajar en Cortijo Román?
—Hace justo un año. Yo siempre he trabajado como recepcionista en hoteles y hostales. El verano pasado, estaba en paro, y un excompañero que trabaja ahora en SAMU me dijo que estaban buscando recepcionista para un proyecto propio de alojamiento rural en Jimena de la Frontera, mi tierra natal. Reconozco que, entonces, no sabía dónde me metía, no sabía ni qué era SAMU.

—¿Fue a la entrevista sin saber a qué se dedicaba SAMU?
—Recuerdo que lo busqué en Google y lo que encontré me hizo pensar que el compañero me había dado mal el nombre de la empresa. Vi ambulancias, cursos de emergencias, ejercicios de rescate, formación sanitaria. Y pensé: ¿Dónde voy yo? Me he equivocado. Soy recepcionista. Esto no tiene nada que ver con lo mío.

—¿Quién le hizo la entrevista?
—El Jefe, don Carlos Álvarez Leiva. Recuerdo que fue bastante compleja. Al final, me preguntó: “¿Eres valiente?”. Yo no entendí la pregunta, pero le contesté que sí. Y me dijo: “Entonces, estás contratada”. Ahora comprendo a qué se refería.

—¿Qué quería decir con esa pregunta?
—Este es un proyecto complejo. Cortijo Román es una empresa cuyo fin es fomentar la inserción sociolaboral de los menores a cargo de SAMU, especialmente del ISL Cortijo, en Jimena de la Frontera. Yo me metía mucha presión pero Álvarez Leiva siempre me decía: “Tranquilízate si esto no da beneficios a corto plazo, a los menores sí les estamos ayudando”.

—¿Cuál es su papel dentro de Cortijo Román?
—Hago las funciones de recepcionista y de un director de hotel, pero a pequeña escala, hay que tener en cuenta que esto es un complejo pequeño. Me encargo de las reservas, de gestionar los eventos y de coordinar todo el trabajo que se hace en el cortijo. Mis labores son las mismas que la de una recepcionista, pero el trabajo es distinto, es más humano, y me encanta. El trabajo de recepcionista es muy mecanizado. Sabes cómo tratar al cliente, las mismas acciones, sabes lo que tienes que decir y qué hacer en cualquier momento. Pero aquí es diferente. Para empezar, trabajas con menores inmigrantes y no sabes cómo van a reaccionar. Ya no sólo trabajas de cara al público, también actúas de educadora. El trabajo es más humano.

—¿Qué relación tiene con los menores del centro ISL Cortijo?
—Los chicos realizan cursos de formación y prácticas profesionales en el cortijo, por lo que forman parte de mi día a día. Además, a veces acudo al centro de apoyo. Por ejemplo, cuando algunos compañeros del recurso se marcharon a Ceuta para atender a los menores que llegaron durante la crisis migratoria de mayo, estuve trabajando en el ISL Cortijo. La relación con los menores es muy estrecha y se crean unos lazos afectivos, a veces, inquebrantable. Personalmente, me resulta muy duro cuando los chicos cumplen la mayoría de edad y se tienen que marchar del centro. Te preguntas dónde irán, qué será de ellos.

—Estos menores llevan a sus espaldas una mochila muy pesada.
—Yo siempre digo lo mismo: todos somos personas necesitadas de cariño y comprensión. Inmigrante o no. Todo el mundo necesita que le escuchen y ser comprendido. Hay niños a los que les cuesta adaptarse, sí, pero una de las funciones del educador es conseguir que estos menores sean capaces de expresar lo que tienen dentro. Haces de padre, madre, hermano, amigo. Cuando se marchan del centro, algunos nos escriben, necesitan saber de nosotros. Recientemente, recibí una carta de un extutelado que decía: “No sabes cuánto os echo de menos”. Ahí te das cuenta lo importante que es la labor que hace SAMU.

—¿Qué ha sido lo más difícil a lo que se ha enfrentado este último año en Cortijo Román?
—A la incertidumbre. Cortijo Román abrió sus puertas en plena pandemia del Covid-19 y el proyecto no terminaba de arrancar. Para mí, lo peor ha sido no saber qué iba a pasar, si el proyecto iba a continuar o no, si era viable, la aceptación que iba a tener. Afortunadamente, durante los meses de junio, julio y agosto hemos estado completos, y hemos logrado celebrar tres bodas y dos comuniones. Cortijo Román tiene futuro.

SAMS: Una aplicación de gestión total para la entidad

Dentro del proceso de digitalización de la empresa, SAMU ha desarrollado un Sistema de Gestión Integral propio que ha bautizado como SAMS. Ésta funciona como aplicación web dinámica y permite a la entidad gestionar todas sus unidades de trabajo.

En los últimos 10 años, SAMU ha diversificado sus líneas de negocio, produciéndose un crecimiento que ha obligado a la entidad a innovar en sus gestiones y en el registro de éstas para conseguir la excelencia por la que siempre ha apostado la organización. La digitalización de las gestiones de SAMU no sólo permite un registro sistematizado y exhaustivo de todas las intervenciones de la organización, sino, además, la gestión preventiva y la posibilidad de generar conocimiento a través de procesos de investigación a partir de los datos registrados.

SAMS es una aplicación web que posibilita a SAMU la gestión integral de diversos tipos de unidades de negocio, así como el ofrecimiento de dicha aplicación en régimen de SAAS, (software como servicio). Según explica Almudena Chávez, directora del área de Innovación y del proyecto SAMS, en 2016, los centros del área de Discapacidad de SAMU comenzaron a trabajar con un software que cumplía sus necesidades básicas y que les permitía dar el salto de lo analógico a lo digital, pero que hoy resulta insuficiente. “Este software se aplicó en otras áreas como salud mental, pero jamás pudo aplicarse en los centros de menores, ya que no cubría sus necesidades. Por esta razón era tan importante desarrollar un traje a medida”.

Entre las principales características de SAMS destaca la compatibilidad con todos los sistemas y dispositivos, la participación de la propia entidad en el proceso de desarrollo, la accesibilidad y la facilidad de uso, el cumplimiento de los estándares de lenguajes de programación y el soporte de la aplicación en un sistema de gestión de backoffice que permita su actualización por parte de los usuarios de manera autónoma y remota.
“El sistema se divide en dos grandes bloques. El primero, al que podríamos comparar con una intranet, es de acceso general y su objetivo es compartir contenido entre todos los miembros de SAMU como, por ejemplo, memorias anuales, protocolos, el código ético. También incluye un tablón de noticias y un apartado de avisos para informaciones importantes”, señala Almudena Chávez. El segundo bloque hace referencia a la gestión de los centros propiamente dicho. “Una de las peculiaridades de este sistema es que está dividido por módulos de categorías profesionales, de tal manera que cuando un profesional entra en la ficha de un usuario sólo accede a información útil para su trabajo”, aclara la directora del proyecto.

Tras dos años de trabajo, el objetivo es que SAMS empiece a implantarse en los varios centros de SAMU el 1 de julio. Para ello, durante junio, se llevarán a cabo webinars dirigidas tanto a los directores de los centros como a los trabajadores para que se familiaricen con la aplicación.

Virginia Blanco, jefa del servicio de catering de SAMU: “Trabajamos con alimentos. No podemos fallar en nada”

Tras una vida entre fogones, Virginia Blanco (Burguillos, Sevilla, 1962) ha sido la elegida por SAMU para capitanear el nuevo servicio de Catering de la entidad, proyecto que asume con ilusión desde las cocinas de la Residencia San Sebastián, en Cantillana, donde trabaja desde hace 9 años.

—Empecemos por el principio. ¿Cuándo pisó por primera vez la cocina de la Residencia San Sebastián?
—Fue hace nueve años. Yo trabajaba en el Hotel Vértice, en Sevilla Este, siempre había trabajado en hoteles. Un amigo me llamó y me contó que la empresa de catering que por aquel entonces servía las comidas en esta residencia necesitaba una cocinera. Yo tenía un buen trabajo, un buen sueldo y estábamos en plena crisis económica. No me planteaba cambiar de trabajo, pero, aún así, llamé y me interesé por el puesto.

—¿Qué le llevó a cambiar entonces de trabajo?
—Fueron mis hijas las que me convencieron. El sueldo que me ofrecían era menor al que yo tenía pero estaba más cerca de mi casa, ganaba en calidad de vida. Ellas ya eran mayores y tenían sus trabajos, por lo que acepté. Creo que fue muy valiente por mi parte teniendo en cuenta la gran crisis económica que vivíamos entonces.

—¿Se ha arrepentido en algún momento de haber cambiado de empleo?
—He vivido muchos avatares. Los comienzos fueron muy difíciles. Mentiría si dijera que no, pero en el momento que yo me hice cargo de la cocina de la Residencia San Sebastián, contratada por SAMU, no por una empresa externa, todo cambió a mejor.

—SAMU ha puesto en marcha un servicio de catering y desde Cantillana se cocina ahora para cuatro centros, ¿cómo asume este nuevo proyecto?
—Estoy muy ilusionada y motivada. Éste era un proyecto que llevaban mucho tiempo dándole vueltas en SAMU y que en enero se puso por fin en marcha. Cuando María José Tinoco, directora del área de Discapacidad de SAMU, me llamó y me dijo: ‘Virginia, te necesitamos al 100%. Queremos tu comida para otros centros’, para mi fue una motivación muy grande. Reconozco que, después de tantos años, sentía que necesitaba crecer y que el trabajo que hacía hasta ahora, aunque me encantaba, me quedaba ya un poco pequeño. Necesitaba un proyecto como éste.

—¿A cuántos centros de SAMU ofrecéis servicio?
—A cuatro. Desde la cocina de la Residencia San Sebastián cocinamos para este centro, para la residencia Santa Ana, en Sevilla capital, y en dos centros de menores de la provincia de Córdoba, Lucena y Moriles. La idea es que el servicio vaya creciendo y que cada vez se sumen más centros de SAMU.

—¿Había trabajado antes en un catering?
—Nunca. Yo siempre había trabajado de cocinera en hoteles y cuando empecé en Cantillana, aunque trabajaba para un catering, yo cocinaba en la propia cocina de la residencia, no para fuera. He tenido que informarme y formarme mucho. Todo autodidacta. Tanto mi equipo como yo estamos realizando un esfuerzo muy grande. Cocinar para fuera requiere nuevos procedimientos, nuevas herramientas de trabajo, cumplir una línea de frío… y, sobre todo, mucha organización.

—¿Cuántos menús cocinan al día?
—Servimos comidas y cenas para 120 personas, la mayoría de ellas son de fuera de Cantillana. Hay que tener en cuenta que son perfiles diferentes y algunos residentes tienen patologías, por lo que cada día hacemos unas 12 variantes del menú, número que aumenta en ocasiones especiales, como el Ramadán. Solo para la Residencia Santa Ana hacemos 10 variantes, donde hay personas alérgicas, con insuficiencia renal, diabéticos. También hacemos menús bajos en grasas, hipocalóricos, para personas con colesterol…. A eso hay que sumar los desayunos y meriendas de los residentes de Cantillana, y si es el cumpleaños de alguien, ¿habrá que celebrarlo, no? Una locura.

—La mayoría de los jóvenes de los centros de menores son musulmanes y ahora celebran el Ramadán. ¿Realizan menús especiales para estos comensales?
—Nos adaptamos a su cultura en la medida de lo posible. Por ejemplo, sus menús no llevan cerdo ni ningún ingrediente derivado de vino, como por ejemplo el vinagre. Ahora para el Ramadán también he tenido que formarme e investigar mucho. He visto miles de vídeos en Youtube sobre platos típicos musulmanes.

—¿Qué menús cocinan para estos días de Ramadán?
—Ellos hacen tres comidas durante el Ramadán, y siempre cuando cae el sol: una cena, una postcena y un desayuno muy fuerte a las cinco de la mañana. Rompen el ayuno con una cena con dátiles o unos dulces típicos que les aportan mucha energía. Les preparamos una sopa muy densa llamada harira que lleva muchas proteínas con legumbres, verduras, ternera o pollo, apio, cúrcuma y muchas especias. Es una mezcla explosiva. Luego hacemos un plato principal que puede ser de albóndigas o alguna carne en salsa, excepto cerdo, claro. Y para las cinco de la mañana, les preparamos filetes empanados, hamburguesas de pollo, tortilla…

—Veo que no tienen tiempo para aburrirse.

—Esto es un no parar, pero sarna con gusto no pica. Yo estoy muy contenta con el resultado y aún tenemos que mejorar mucho. De la noche a la mañana tuvimos que cambiar toda nuestra rutina y formarnos en nuevos procedimientos. Tratamos con alimentos y todo se hace en cadena. No puede fallar nada porque no podemos permitirnos ningún riesgo de salubridad. En diez días no descansé para poder sacar el proyecto para adelante. Y también estoy muy orgullosa de mi equipo. Todos se subieron al tren sin protestar y a pesar de saber que esto iba a suponer mucho más trabajo.

—Ya han pasado cuatro meses desde que se inició el proyecto. ¿Ha bajado la presión?
—En absoluto. Es cierto que hemos pasado una etapa con mucha tensión. Tenía miedo a fallar, a no estar a la altura. Ahora el trabajo es el mismo pero hemos aprendido a organizarnos mejor. Reconozco que me he vuelto un poco estúpida. Antes, todo el mundo de la residencia entraba en la cocina y me contaba sus cosas. Yo parecía la psicóloga del centro. Yo quiero mucho a mis niños, los adoro, tanto a los residentes como a los trabajadores. Pero ahora no tengo tiempo ni para hablar. Mi cocina está cerrada a todo aquel que no trabaje en ella (se ríe). Con el tiempo, cuando ves que el trabajo sale adelante y te felicitan de otros centros te sientes orgullosa del trabajo bien hecho, y eso te da fuerzas para seguir.

—¿La idea es que el servicio siga creciendo?
—El objetivo es ir sumando cada vez más centros, sí, pero para eso se necesitan cambios, como una cocina más grande y mejores y nuevas herramientas de trabajo.

—Ha comentado anteriormente que, además de los menús diarios, también celebran los cumpleaños en la Residencia San Sebastián.
—Hombre, pues claro. Aquí nadie se queda sin su fiesta y su tarta de cumpleaños. Y en Navidad, los que se quedan, tienen su menú especial. A los residentes los quiero a rabiar. Somos una familia.

Valme López, directora de Servicios Corporativos de SAMU: “En SAMU he aprendido a tener la piel más dura”

Valme López (Sevilla, 1987) puede presumir de ser una de las pocas personas que, con su trabajo y dedicación, ha ido desde la base subiendo peldaños uno a uno dentro de la estructura de SAMU. Entró como becaria en 2010 y acaba de ser nombrada directora de Servicios Corporativos.

—En primer lugar, felicidades por este nuevo nombramiento. Se trata de un puesto de nueva creación. ¿Cuál es su función ahora exactamente?
—Sigo trabajando dentro de la Dirección General, pero no como adjunta a la Dirección, he dado un paso más. Este nuevo cargo aglutina todas esas actividades que yo ya hacía desde hace algún tiempo pero que no estaban totalmente definidas. Digamos que ahora soy directora de todas aquellas áreas y actividades relacionadas con los servicios corporativos de la organización, como por ejemplo marketing, comunicación, prensa, identidad corporativa, innovación, sostenibilidad, relaciones institucionales… Sigo dentro de la oficina de Dirección General, pero con mi propia dirección.

—¿Cuáles son ahora sus objetivos?
—Pensar a lo grande, más aún. Tengo que aprender a delegar para poder seguir creciendo, es algo que me cuesta mucho. Tengo que desarrollar el pensamiento estratégico para hacer que SAMU facture 100 millones de euros. Ese es mi objetivo, bastante ambicioso, sí, pero hay que pensar así, a lo grande, para poder seguir creciendo.

—¿Recuerda su primer día en SAMU?
—Tenía 22 años cuando entré a trabajar en SAMU. Era una niña. Entré como becaria en prácticas a través de la Universidad de Sevilla. Carlos González de Escalada, hoy director general, me entrevistó. Me acuerdo de que me preguntó: “¿Eres proactiva?”. Y él mismo me dijo: “Vaya pregunta la mía, me vas a decir que sí, claro”. Y yo, “sí sí, claro”. Me pidió que le mandara en un email lo que yo podía aportar a la empresa y cuáles eran mis objetivos. Éramos cuatro candidatos para un mismo puesto. Al cabo de diez días, Carlos me llamó y me dijo literalmente: “Si sigues interesada, en este puesto es tuyo”. Era un puesto de gestora administrativa. Hice mil bases de datos y mailings ocupando aquella responsabilidad, además de llevar la gestión de la lavandería y de apoyar a Carlos González de Escalada en las labores de dirección de Desarrollo de SAMU. Estuve seis meses de becaria.

—¿Cómo fue el paso de becaria a personal contratado?
—Yo terminaba mis prácticas el 21 de septiembre y, hasta el último día en el último momento, Carlos González de Escalada no se sentó conmigo y me dijo: “Valme, no sé si te dará tiempo de hacer la gestión en la Universidad, pero vete que mañana empiezas a trabajar aquí”. Me tuvo en vilo hasta el último minuto.

—¿Se imaginaba entonces que iba a tener una trayectoria profesional de once años en SAMU?
—No me lo imaginaba, pero sí lo quería. Aquí estaba a gusto, me sentía en familia, apoyada.

—¿Por qué lo quería?
—Por la profesionalidad que había y por todas las posibilidades y el trabajo que había por hacer. Había muchas cosas que desarrollar, muchos frentes abiertos.

—¿Cómo ha evolucionado SAMU en estos once años?
—El cambio ha sido radical. Yo siempre digo que el crecimiento de SAMU en los últimos años ha sido explosivo, no exponencial. Cuando yo llegué solo había cinco o seis recursos abiertos y unos 150 trabajadores. Hoy hay más de 70 recursos y una plantilla de 2.000 trabajadores. De SAMU, admiro su valentía. No se para por nada. A SAMU no le arruga nada. Aquí se ama el trabajo.

—¿Ha habido algún proyecto que usted pensara que no saldría adelante?
—En 2018 vivimos un momento muy crítico a raíz de la crisis migratoria y la gran cantidad de menores no acompañados que llegaron a las costas andaluzas. En aquella época se produjo una explosión de centros de menores en SAMU. Nos llamaban de la Junta de Andalucía un día sí y otro también comunicándonos la llegada de nuevos menores y la necesidad de movilizar recursos para poder atenderlos. Abríamos recursos dirigidos a menas [menores extranjeros no acompañados] a un ritmo frenético. Esto ha sido lo más meritorio y lo más fascinante que he vivido yo en SAMU. Fue increíble.

—¿Cuál ha sido el momento más difícil que ha vivido en SAMU?
—En 2012 hubo una crisis de liquidez importante. Estábamos en plena crisis económica y hubo despidos. Fue una situación muy desagradable. Yo era una joven de 24 años y tuve que comunicarle el despido a hombres con el doble de edad que yo y a compañeros a los que apreciaba mucho. Algunos no se tomaron bien que fuera yo la que les anunciara el despido y me lo hicieron saber con comentarios y actitudes fuera de lugar. Personalmente, fue un momento muy duro, quizás el más duro de mi carrera en SAMU. Muchos me seguían viendo como una niña. Lo pasé muy mal. Despedir a alguien siempre es muy difícil y siendo tan joven como lo era yo, más.
“Mejor pedir perdón que pedir permiso”

—¿Ha cambiado SAMU su personalidad?
—Sí, claramente. En SAMU he aprendido a tener la piel más dura y a resistir más. Aquí he crecido tanto personal como profesionalmente. Antes era de lágrima fácil y me agobiaba cuando tenía mucho trabajo. Recuerdo que, cuando estaba sola en Base 7, llamaba a Carlos González de Escalada, que estaba en la oficina de la Cartuja, y él no paraba de mandarme tareas y más tareas. Cuando le replicaba me decía: “¡No me contestes más!” y yo, “pero Carlos…”, y él insistía, “¡que no contestes!”. Para mí ahora eso es una anécdota divertida. Pero así también aprendí a resolver las cosas por mí misma. No me quedaba otra. Mejor pedir perdón que permiso.

—¿Qué le ha enseñado SAMU en todos estos años?
—En SAMU he aprendido todo lo que sé y lo que soy. Toda mi carrera profesional la he desarrollado aquí.

—¿Quiénes han sido sus principales apoyos?
—Carlos González de Escalada, sin duda. Todo lo que sé lo he aprendido de él. Su entereza, a sacar las castañas del fuego, a ser valiente y apostar. Él ha sido mi mentor. Y estoy muy agradecida del tiempo y el esfuerzo que me ha dedicado. Siempre pienso en lo afortunada que soy de tener su respaldo. Pero al mismo tiempo, en vez de relajarme, eso me impone más responsabilidad porque no puedo ni defraudarle ni fallarle.

—¿Hacia dónde va SAMU?
—SAMU quiere buscar y apostar por algunos proyectos privados, pero sin abandonar la estrategia seguida hasta ahora y fruto de la cual ha sido nuestro crecimiento. Vamos a continuar persiguiendo y mejorando los contratos con la Administración Pública como hasta ahora porque está más que demostrado que eso es lo que mejor sabemos hacer. Como decía hace un tiempo nuestro director general, SAMU es una entidad privada de servicio público.

—Antes ha mencionado lo que le ha enseñado y aportado SAMU, ¿y al revés, qué cree que le ha ofrecido usted a la organización?
—Lealtad y compromiso, sobre todo. También confianza y seguridad. Mi jefe y compañeros saben que a mí ‘no se me pasa nada’.

El conductor al que todos querían

En la Nochebuena de 2011, Manuel Hidalgo Heredia, conductor del autobús de SAMU durante 10 años, protagonizó una de las anécdotas más recordadas en la entidad. Manolo, como todos le conocían, debía de trasladar en autobús desde Granada hasta El Bosque (Cádiz) a 34 menores que habían llegado en patera a Motril. Lo que parecía un trabajo relativamente fácil y que le iba a permitir estar en casa a las cinco de la tarde, resultó ser una carrera de obstáculos desde primera hora.

El viaje desde Sevilla hasta Granada, que realizó junto al compañero Sergio Carayol, comenzó a las seis de la mañana con una peligrosa e intensa niebla en la carretera. Al llegar a Granada, los menores no estaban allí, sino en Motril. Una vez allí, la Policía no tenía constancia del traslado de los 34 menores. Hasta las siete de la tarde, no pudieron emprender el viaje hacia El Bosque, donde llegaron a las diez de la noche. Y de ahí, de vuelta a Sevilla, y de nuevo con una niebla densa que le obligaba a conducir despacio. Aquella Nochebuena, Manolo y Sergio no llegaron a sus casas hasta la una. Pero, a pesar de ser una fecha tan señalada, ambos siempre contaban esta historia con humor y recordaban las buenas migas que se comieron junto a la Alhambra.

Hoy quien cuenta esta anécdota es sólo Sergio Carayol, en recuerdo de su querido amigo fallecido. Quienes conocieron a Manuel aseguran recordar otras miles de anécdotas protagonizadas por este compañero. Así, al abrirse la Unidad de Estancia Diurna San Lucas (Sevilla) en marzo de 2008, Manolo se presentó con su currículo y se ofreció de forma altruista, antes incluso de que lo contrataran, para diseñar la ruta más rápida para trasladar a los usuarios de sus domicilios al centro. Trabajó en ello toda una tarde y con su propio vehículo. Poco tiempo después, rescató a un usuario extraviado y lo llevó de vuelta al centro. Éste fue un anticipo de la que sería una trayectoria al cuidado de la inclusión de estas personas en situación de vulnerabilidad. También, en los inicios de la andadura de San Lucas, llegó a un acuerdo con los propietarios de Bar Pepi para que los usuarios con graves trastornos de conducta pudieran tomarse de forma gratuita un refresco tras su paseo semanal.

Amable, luchador, con un buen corazón, emocional y sensible, gran amigo, Manolo entendía el trabajo en equipo y siempre se entregaba a sus compañeros cuando le necesitaban. Cuando veía algún problema en el equipo, solía organizar una barbacoa para unir al grupo y limar asperezas. Y si un compañero pasaba por un mal momento no dudaba en pararse a hablar con él y, lo que es más importante, escucharle.

Manolo tenía un trato cercano con los familiares de los usuarios. De forma amable y afectuosa, mediaba en los conflictos referente a las rutas, la puntualidad, los cambios de paradas… Y no le faltaba autoridad cuando se producían alteraciones durante los trayectos, siendo una persona muy respetada. Manolo fue también el principal impulsor del equipo de fútbol de UED San Lucas. Consiguió, gracias a la solidaridad del barrio, materiales para entrenar y la primera equipación que lucieron los chicos.

Hace un par de años, su hijo Iván le expresó su deseo de seguir sus pasos y sacarse el carnet para conducir el bus. Justo antes de que le detectaran la enfermedad a Manolo, el joven le acompañó como voluntario para aprender el oficio y le ha sustituido durante este año. Éste será un motivo más para recordarle cada día.

Manolo Hidalgo (1962-2020, Zahara de la Sierra, Cádiz), el conductor del primer y único autobús de SAMU, falleció el 30 de agosto a los 58 años tras una larga enfermedad. Deja un vacío enorme entre sus compañeros y también entre los usuarios y residentes de los distintos centros, para quienes era mucho más que la persona que les acompañaba en sus traslados.