Nuevo rumbo para una vida en Miguel de Mañara

Cuando Rubén llegó al centro de acogida Miguel de Mañara de SAMU tenía 11 años. Era marzo de 2017. Su padre había muerto de cáncer y su madre, tal como él asegura “no era muy buena” con él. Sus tíos consiguieron su acogida permanente pero su comportamiento disruptivo hizo que la convivencia fuera insostenible y su tutela pasó de nuevo a la Junta de Andalucía.

Rubén (nombre ficticio para mantener su anonimato) presentaba un comportamiento desafiante y hostil. “No era capaz de controlar sus emociones, ni positivas ni negativas, sus impulsos y frustraciones. Además, se autolesionaba y pegaba golpes”, explica Javier Espejo, uno de sus educadores. “A esto se sumaba que era un niño con unas habilidades sociales poco desarrolladas y un trastorno de hiperactividad que la Unidad de Salud Mental Infantil (USMI) había optado por no medicar debido a su edad. Era una bomba. No había por donde cogerlo”, continúa.

Casi dos años después, los monitores del centro reconocen el cambio radical de Rubén. “Los comienzos en el centro fueron duros. No sé por qué me cabreaba. No me gustaba que me mandaran y rompía cosas, pero Javier me enseñó a controlarme”, confiesa el joven de 13 años.

“Lo primero que trabajamos con él fue a controlar su conducta autolesiva para evitar que se hiciera daño. Cuando lo logramos, empezamos a trabajar el control de las emociones y poco a poco pudimos entrar en la cabecita de Rubén y descubrir por qué se comportaba así, qué sentía cuando se ponía nervioso y qué hacía que se olvidara de todas las consecuencias que podían tener sus actos”, indica Espejo. “Estoy muy orgulloso de él. Ha cambiado mucho. Rubén es un chico muy cariñoso, necesita tener mucha atención. Estoy seguro de que muchos de los líos que montaba era una llamada de atención, buscaba cariño pero no sabía como pedirlo”.

Rubén tiene claro cuál es su objetivo ahora: volver con su familia. Su educador reconoce que si continúa por el mismo camino lo conseguirá. De momento, estas Navidades las pasará prácticamente enteras con sus tío. “Estoy muy contento de lo que he conseguido, sobre todo de poder irme con mi familia tantos días seguidos, algo que antes no podía hacer”, reconoce Rubén, que tras las Navidades se trasladará a otro centro de acogida. “Éste está lleno y soy el único español que queda aquí”.

Cuando le preguntan que quiere ser de mayor, Rubén responde de inmediato: “Ceramista, como mi padre, aunque aún soy joven para decidirme”, añade con una sonrisa.