Tras una misión de cooperación humanitaria, en muchas ocasiones, la vuelta a la rutina se produce de manera tan rápida que a uno no le da tiempo a procesar todo lo vivido, pero todos esos recuerdos, experiencias y miserias permanecen en la conciencia de cada uno a la espera de poder digerirlos. Veinte días después de su regreso, cinco profesionales de los 28 que viajaron a El Salvador el 29 de julio en misión humanitaria para hacer frente al Covid-19 se han reunido por primera para hablar de su experiencia.
Algunos de estos sanitarios no se habían visto desde que se despidieron el 30 de agosto tras el acto de bienvenida organizado en Escuela SAMU tras su regreso de El Salvador. Al reencontrarse, se saludan con cariño pero con precaución. El Covid-19 continúa presente y todos llevan mascarillas. Tras algunas fotos para Revista SAMU, los cinco profesionales se sientan en círculo en una de las aulas de Escuela SAMU. Todo está en silencio. No hay prisas, nadie les molesta. Es el momento de que Alejandro, María, Rubén, Ignacio y Roberto reflexionen sobre lo vivido.
Todos ellos se enteraron de que SAMU preparaba una misión humanitaria en El Salvador a raíz del llamamiento de voluntarios que SAMU hizo a través de sus redes sociales o de diferentes grupos de WhatsApp, y decidieron enviar su currículum. Algunos ya tenían experiencia con pacientes de Covid-19 en Sevilla, como el auxiliar de enfermería (TCAE) Rubén Izquierdo, de 21 años, que participó en el dispositivo del Hotel Alcora de SAMU, en San Juan de Aznalfarache (Sevilla); o el Técnico en Emergencias Sanitaria (TES) Ignacio Pavón Carrasco, que también trabajó en el dispositivo que SAMU puso en marcha en la Línea de la Concepción (Cádiz), ambos durante la primera ola de la pandemia en España. “Para mí, este trabajo es vocacional. El hecho de querer ayudar me encanta. También soy voluntario en Cruz Roja y Protección Civil”, señala Ignacio Pavón.
El estudiante de 4º de Medicina Roberto Millares estaba en julio trabajando de camarero en Mallorca cuando lo seleccionaron para ir a El Salvador. “Tenía muy buenas referencias de SAMU. Amigos míos ya habían trabajado con esta organización. No me lo pensé dos veces. Dejé el trabajo y cogí el primer vuelo. Al día siguiente ya estaba en la Escuela recibiendo la formación, y, al siguiente, nos fuimos. Fue todo muy rápido. Tuve que tomar decisiones muy rápidas, pero siempre con el apoyo de mi madre”, recuerda este joven.
María Martín Díaz, enfermera y exalumna del máster de Enfermería en Urgencias, Emergencias, Catástrofes y Acción Humanitaria de Escuela SAMU y la Fundación CEU San Pablo Andalucía (2018-2020), también dejó un puesto de trabajo para viajar a El Salvador. En su caso, tenía un contrato laboral en el Hospital de Osuna hasta el 31 de agosto. “Rechacé el puesto siendo consciente de que el SAS me iba a penalizar y no me iba a llamar más durante un tiempo. De hecho, sé que están prolongando contratos hasta diciembre y yo eso me lo estoy perdiendo, pero no me arrepiento. Yo quería ir de misión. Era algo que siempre he querido hacer y hasta ahora no había podido”.
El benjamín de este grupo es el técnico en emergencias sanitarias Alejandro Martín, de 18 años. “Cuando decidí irme a El Salvador, en casa sólo me apoyó mi padre, que es bombero y le gustan las emergencias. Ni mi madre, ni mi abuelo ni mi hermana me apoyaron. Les asustaba que me fuera a otro país con 18 años. Pero al final me salí con la mía”.
Todos coinciden en afirmar que esta misión no ha sido tan asistencial como otras misiones de SAMU. La entidad llevó a cabo durante su estancia en El Salvador un plan de formación asistencial, bioseguridad y para la mejor organización de los profesionales sanitarios. De hecho, la formación se ha convertido en el mayor legado de la expedición al hospital salvadoreño. También se llevó a cabo una colaboración de acompañamiento a los profesionales del hospital tanto a nivel de mandos intermedios como a nivel del sanitario a pie de cama, trabajando con los profesionales locales codo con codo.
Estos especialistas también encontraron grandes diferencias entre el trabajo realizado por SAMU en España y en El Salvador. “Para empezar, el tipo de paciente no tenía nada que ver. En el Hotel Alcora, dentro de la gravedad, tratábamos a personas mayores pero estables. No había ninguna persona intubada porque no teníamos UCI, pero en El Salvador sí trabajamos con pacientes en cuidados intensivos”, explica María Martín. “La edad de los pacientes también era distinta. En El Salvador atendíamos a personas mucho más jóvenes”.
“La organización y la forma de trabajar también son diferentes. Aquí tenemos la figura del médico, enfermero, auxiliar y técnico, con sus funciones, pero allí hay muchas especializaciones dentro de una misma profesión, por ejemplo, la de enfermero. El trabajo y las funciones de cada uno se diversifican demasiado y esto, a nuestro entender, dificulta mucho la organización del trabajo”, continúa explicando la enfermera María Martín. “Por otro lado, la experiencia de los profesionales del hospital en el que trabajamos en Covid-19 y en UCI con múltiples pacientes era limitada”.
Alejandro Martín reconoce que uno de los aspectos que más le impactó de esta experiencia fue el número de muertos. “Nunca había visto morir a alguien”, confiesa el joven de 18 años. “En cada país y hospital tienen sus propias normas y te tienes que adaptar a ellas. Pero eso no quita que no sientas impotencia y frustración cuando no se hacen las cosas a tu manera, o bajo el criterio que has aprendido, sobre todo cuando los pacientes son personas jóvenes. En este sentido, hubo casos que me impactaron mucho”.
“Esta pandemia está llevando a profesionales sanitarios de todo el mundo a situaciones límite. A muchos, esta crisis les sobrepasa. Solo quieren cumplir con su horario de trabajo e irse a casa. Están desbordados y agotados, y no se les puede culpar por ello”, añade María Martín.
“También apreciamos capacidad de mejora en las calidades asistenciales. Quizás el fallo esté en la base, en el plan docente, no lo sé. Todo esto te hace reflexionar sobre el buen sistema sanitario que tenemos en España”, continúa Roberto Millares, estudiante de Medicina. “Por otro lado, observamos que la calidad y cantidad de los recursos era la adecuada, pero sí existía posibilidad de optimizar la gestión de los mismos”.
Fuera del ámbito hospitalario y asistencial, otro de los aspectos que más ha marcado a estos profesionales fue el recibimiento con el que les brindó el Gobierno y la sociedad salvadoreña en general.
“Ya en el avión, antes de bajar, algunos pasajeros nos dijeron ‘prepárense porque va a estar la prensa esperando’. Nosotros no nos lo creíamos, pensábamos que exageraban. Pero cuando vimos allí a personal del Gobierno nos quedamos de piedra. Es como si en España te recibiera el ministro Salvador Illa”, comenta Roberto Millares. “Como dice Juan González de Escalada, director de la misión, durante nuestra estancia, a veces parecíamos estrellas del rock y otras la madre Teresa de Calcuta”, añade María Martín.
Todos ellos coinciden en el “maravilloso” y “cariñoso” trato recibido por parte de la sociedad salvadoreña. “Nos han cuidado desde el primer momento. Con nosotros iba siempre personal de seguridad de paisano y la mayoría de nosotros no nos dimos ni cuenta”, destaca Ignacio Pavón. “La gente se paraba por la calle a saludarnos y los pacientes eran súper cariñosos y agradecidos”.
Los profesionales destacan también la buena convivencia del grupo de samuitas. “Hicimos una piña. Yo no me lo esperaba. Por mi experiencia en otros trabajos anteriores y convivencias similares, pensé que el clima no iba a ser tan bueno, pero lo cierto es que se respiraba un gran compañerismo”, afirma el auxiliar de enfermería Rubén Izquierdo. “Si alguien tenía un problema o había tenido un mal día, hacíamos piña, le abrazábamos y le animábamos. Buscábamos la manera de que se sintiera bien e, incluso, si hacía falta, buscábamos una tarta para levantar los ánimos. Éramos una familia”.
En todo momento, los cinco, al igual que el resto de la misión, se sintieron arropados por el llamado Gabinete Retrasado. Así se denomina al grupo de profesionales que desde Sevilla cubría las necesidades del equipo e informaba en todo momento a los familiares de los miembros de la misión. “Tenían registradas todas las fechas importantes, como cumpleaños y santos, y eso a nosotros nos ayudaba mucho en los momentos más duros”, recuerda María Martín.
“Mi madre me llegó a decir que se sentía mucho más segura conmigo en El Salvador que si estuviera en Sevilla o en Mallorca, por toda la información que recibía desde el Gabinete Retrasado. A veces la llamo poco”, añade Roberto Millares. “El Gabinete Retrasado era el gran desconocido para nosotros. Era como si sus miembros estuvieran allí con nosotros siempre, lo sabían todo de nosotros y sabían todo lo que ocurría en El Salvador, cada detalle, cada incidencia, era como el Gran Hermano”, señala divertido Ignacio Pavón.
A la pregunta de si repetirían la experiencia, todos responden al unísono con un sí. “Yo incluso me hubiera quedado más tiempo, aunque con ciertos matices”, reconoce la enfermera María Martín. “Por ejemplo, el horario de trabajo. En todo el mes que estuvimos allí, solo descansamos tres días. Íbamos del hospital al hotel, y media hora para comer. Nada más. Sabíamos perfectamente a lo que íbamos, y no me quejo, pero ese ritmo sólo lo aguantas un mes, más no”.
Hemos vivido el espíritu SAMU en estado puro, y eso que algunos de los miembros del equipo no habían trabajado antes con SAMU, como yo”, reconoce Roberto Millares. “Hemos aprendido a gestionar la incertidumbre y nuestras propias miserias”. Y es que, “el espíritu SAMU hasta que no lo vives, no lo sientes”.