Cuando tenía ocho años, Moha se subió al eje de un camión de pescado cerca del puerto de Tánger. Luego se agazapó durante horas en un barco y amaneció en Algeciras, cuando dos perros empezaron a ladrar. Había llegado a España. “Para mí era un sueño”, cuenta hoy, con inconfundible acento de la Bahía. Con 20 años, estudia y trabaja, y se siente gaditano. Nos atiende por teléfono a la carrera, entre clases de francés y del carné de conducir.
El de Mohammed El Harrak es un ejemplo de superación. Su padre fue encarcelado siendo él un crío, y Moha se fue pronto a vivir con su abuela. Cuando ella murió, se encontró en la calle. “Comía de las sobras, a base de pedir y vender kleenex en los semáforos. Estaba más tiempo en comisaría que en la calle. Empecé a esnifar una especie de pegamento”, relata. Durante meses, intentó colarse en alguno de esos camiones. “No quería acabar como acaban todos, delinquiendo y en la cárcel”. Si consiguió huir de un futuro de drogas y marginalidad fue, precisamente, porque era muy pequeño. “No me pillaron porque podía esconderme. Tuvimos suerte”, admite.
Moha aprendió español rápidamente y se sacó el título de Educación Secundaria de forma brillante. Después obtuvo el Grado de Atención a Personas en Situación de Dependencia y ahora está a punto de terminar el de Animador sociocultural y Turístico. “Desde que eché cabeza siempre me ha ido muy bien. No he suspendido ningún examen en todo el grado superior”, cuenta con orgullo. Le gustaría estudiar una carrera: Educación Social.
Mohammed puede explicar su experiencia a chicos que, como él, llegan a España en busca del sueño europeo. Durante los fines de semana trabaja en el centro de menores que dirige Fundación SAMU en el término municipal de Tarifa. “Averiguo sus problemas y cómo solucionarlos”, resume. “He pasado por la misma situación por la que han pasado ellos, e incluso peor. Les digo que todo es posible, que se puede conseguir cambiar tu futuro con esfuerzo y constancia”.
En 2007 la Fundación SAMU empezó a incorporar a un chico extutelado en cada equipo de sus centros de acogida. “Ellos traducen lo que el menor siente y trasladan su experiencia de vida. Transmiten a los chavales seguridad, perspectivas de futuro, confianza, tranquilidad y también la idea de que nosotros estamos aquí para ayudarles en todo lo que necesiten”, explica Nicolás Torres, Director del Área de Menores de la Fundación.
Mounir: 24 horas en el mar
Jamal Elkihal y Mounir Kachkache también trabajan en Fundación SAMU después de pasar por alguno de sus centros de acogida, donde recibieron formación. Ahora cuentan su experiencia a niños recién llegados a España. “A veces llegan nerviosos, no saben qué hacer. Les doy una charlita y se relajan. Cuando les cuento cosas mías, mi historia, comprenden que lo que les pasa es lo mismo que me pasó a mí y a otros muchos chicos como yo, y entonces te escuchan. Saben que tengo razón”, explica Jamal, que además trabaja como repartidor y mecánico. Él también llegó a España después de una decena de intentos frustrados entre las ruedas de un camión. Hoy vive en Algeciras y tiene un niño de tres meses. “Yo ya me quedo aquí”, dice tajante.
En cambio, Mounir llegó en patera. Desembarcó en Torremolinos con apenas 16 años, después de pasar dos meses en un monte de Alhucemas, y 24 horas interminables en mitad del mar. Mounir recuerda exactamente cuántos viajaban en aquella barcaza: 37 personas, incluyendo una mujer y ocho menores, que al llegar a Torremolinos fueron trasladados a centros de acogida. Ahí empezó a cambiar la suerte de Mounir, que conoció a Nicolás Torre, un segundo padre para él.
Hoy, Mounir es un verdadero coleccionista de títulos. “Estudié electricidad de edificios, soldadura, monitor de deporte, resolución de conflictos, traductor, auxiliar de enfermería, que no llegué a terminar; auxiliar de geriatría lo tengo, monitor de centro de menores, auxiliar técnico educativo, rescate en alta montaña…”, enumera el joven Mounir Kachkache, casi sin respirar.
Después de convertirse en monitor de centro de menores, empezó a trabajar con Fundación SAMU. Como Jamal y Moha, es una ayuda valiosísima para la educación de los chicos acogidos en los centros de Fundación SAMU. “Cuanto más trabajo, más me alegro. Vamos por toda España para preparar a los centros, para formarlos y para prestarles toda la ayuda y apoyo mental”.
El reto a los 18 años
Los menores no acompañados que pasan por el sistema de acogida y tutela se encuentran con un problema cuando cumplen la mayoría de edad: disponen de unos meses para acreditar que tienen una oferta de trabajo de al menos un año de duración. De lo contrario, España ordena su expulsión. En un contexto de precariedad laboral, pocos empresarios ofrecen trabajo a un joven extranjero sin experiencia, por lo que su futuro se complica de forma radical al alcanzar la mayoría de edad.
“La situación de estos chicos normalmente es muy complicada”, lamenta Nicolás Torres, que pide una modificación del marco jurídico para abrir el abanico de opciones. Por ejemplo, ampliar el plazo a los 21 años, considerar el hecho de que los jóvenes estén estudiando o valorar la búsqueda activa de empleo. “Hemos tenido niños durante seis años a los que deportan porque no han podido renovar un permiso de residencia. Es un desgaste emocional, de personal y económico”.
Moha cree que si no hubiese logrado encaramarse al eje de aquel camión de pescado hubiese acabado enredado en la maraña de las drogas, y tiene claro que la vida son objetivos. Ésa es la filosofía que traslada ahora a los chavales, que afrontarán un reto cuando cumplan 18. “Siempre les digo: tened algo en la mente y luchad por ello. Os vais a encontrar mil obstáculos, y aquí estoy yo para ayudaros, porque también los tuve en su día”.